jueves, 31 de mayo de 2007

La gasolina...



x Sergio Federovisky



Pareciera que el mundo, tan angustiado de repente por el cambio climático, ha descubierto mágicamente la puerta de salida del infierno. De la mano del mediático y ahora apreciado Al Gore (siempre la derrota enaltece, más cuando es a manos de un obtuso)



Pareciera que hemos confirmado que el problema es la nafta y que hay que hallar la forma de llenar el tanque del auto con un combustible “ecológico” para descansar tranquilos y no sentirnos responsables de colaborar con el calentamiento global.



Al influjo de su documental La verdad incomoda (cinematográficamente bueno y académicamente correcto, hay que decirlo), Gore introdujo un término que parecía familiar pero no tanto: era como un tío lejano de cuya existencia sabemos, pero que recién se nos hace trascendente cuando lo hallamos en un velorio y descubrimos que tiene el negocio que buscábamos para salvarnos. El término es biocombustible.



La palabra “biocombustible” tiene un problema estrictamente semántico. Al llevar el prefijo “bio”, otorga a todo aquel que la escucha una sonoridad que connota el presunto beneficio que acarrea todo lo derivado de lo natural. En consecuencia, se produce una enunciación automática que hace deducir que la solución a todo está en manos de los biocombustibles.



Quien aclara que esto no es obligatoriamente así no es un ecologista: Ed Kerschner, jefe del departamento de Investigación de Citigroup Investment, dice que es un error identificar de modo automático las prácticas energéticas que intentan frenar el cambio climático como opciones ecológicas. Una cosa es lo alternativo y otra lo ambientalmente sustentable, aclara y ejemplifica: “La energía nuclear es ciento por ciento alternativa, ya que no genera gases de efecto invernadero; sin embargo, es ambientalmente cuestionable, ya que produce residuos radiactivos, cuya disposición no tiene aún resolución tecnológica”.



En ese escenario aparecen los biocombustibles, que se marketinean como alternativos (su incidencia directa en la emisión de gases de efecto invernadero es poco inferior a la combustión de petróleo o carbón) pero de ningún modo puede colgárseles la cucarda de “ecológicos”, suponiendo que no provocan alteraciones ambientales en el planeta.



El asunto es que aparece George W. Bush –a quien por antonomasia le adjudicamos una mirada maligna (o al menos contraria a los intereses populares, y más proclive a favorecer intereses sectoriales)– y al reivindicar los biocombustibles y anunciar que acepta el reto del cambio climático y promueve este producto como solución, nos obliga a repensar si se está en el camino correcto.

Daños colaterales



En mi libro El medio ambiente no le importa a nadie expongo la idea (tomada a su vez de diversos economistas que han analizado la variable ecológica del desarrollo) de que los problemas ambientales en verdad no existen sino que son “daños colaterales” de decisiones económicas. Lo que a la hora de desmenuzar cada episodio los convierte lisa y llanamente en problemas económicos: la cuenca del río Salí-Dulce que está horadando la vida útil del embalse de Río Hondo en Santiago del Estero no se contaminó porque los empresarios asentados a su vera sean intrínsecamente perversos, sino porque hubo una ecuación económica que les justificó el vuelco de los desechos industriales sin tratar.



También expongo allí que en relación a los problemas ambientales globales es la misma ecuación la que rige la base fáctica de las relaciones entre la sociedad y el ambiente. El agujero en la capa de ozono pudo ser abordado institucionalmente recién cuando la industria encontró sustitutos con viabilidad de mercado para reemplazar a los dañinos gases refrigerantes CFC.



Dicho en términos casi escatológicos, al mercado (que, como decía Marx del capital, no tiene ni patria ni bandera) le importa un bledo que la humanidad se estrelle contra las consecuencias ambientales del éxito de la economía capitalista. El 95 por ciento de los 800 millones de vehículos que ruedan sobre el planeta está propulsado a partir de la combustión de combustibles fósiles (léase nafta, derivada del petróleo). Se sabe, además, que el sector transporte aporta casi el 40 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero, principalmente dióxido de carbono. De ahí que resolver un sustituto de la nafta que tenga condiciones de competitividad en el mercado es insoslayable para que el capitalismo crea –y se autoconvenza– de que encontró la solución al cambio climático.



Quizás esa capacidad de penetración en el mercado sea lo que explica que se exhiba como novedad a los biocombustibles, cuando en realidad son una forma tecnológicamente antigua de obtención de energía e, incluso, están presentes como alcohol que funciona como sustituto o aditivo de las naftas desde hace al menos tres décadas en países como Brasil.



La primera señal amarilla respecto de los biocombustibles y su viabilidad ecológica reside en su ecuación energética. A diferencia de la energía solar o la eólica, que se toma directamente de la naturaleza, la energía generada por los biocombustibles requiere a su vez energía para sembrar, cosechar, producir y “fabricar” esos biocombustibles. Y el rendimiento no es idéntico según de qué cultivo se trate: el biocombustible obtenido de la soja, por ejemplo, produce tres veces más energía que la utilizada para su fabricación; en cambio en el caso del etanol obtenido del maíz, David Pimentel, profesor de la Universidad de Cornell en Nueva York y Tad Patzek, profesor de ingeniería química en la Universidad de Berkeley en California, revelan que con los métodos de procesamiento actuales se gasta más energía fósil para producir el equivalente energético en biocombustible: es más “caro” producir el biocombustible que el ahorro energético que supuestamente permite.

La manta corta



A diferencia de energías absolutamente renovables y limpias como la eólica y la solar, e incluso de modo distinto que en el caso del gas, del petróleo o del carbón, los biocombustibles no se recogen de la naturaleza. Ergo, hay que estudiar demasiado bien el costo –económico y ambiental– que implica su producción.



Le atribuyen a un histórico director técnico brasileño del San Lorenzo campeón de 1968, Tim, la frase que indica que el fútbol es una manta corta: si te cubrís la cabeza (es decir, si atacás, por ejemplo) te descubrís los pies. Y viceversa. Los biocombustibles pueden ingresar sin temor en el concepto de manta corta.



Un sostenido argumento en ese sentido es el balance alimentario que, si bien suena con tambores setentistas, no deja de tener sentido si se recuerda que la filosofía de Thomas Malthus y sus seguidores contemporáneos como Paul Erlich cuestionaba la capacidad del planeta para producir alimentos ante el crecimiento geométrico de la humanidad. Se sabe que la respuesta a ese apocalipsis alimentario está en el costado de la desigual distribución de la riqueza. Pero hasta ese sensato esquema tambalea cuando se conoce que –sólo por citar un ejemplo– para hacer funcionar con biodiésel los automóviles de Inglaterra hace falta recoger 26 millones de hectáreas de cultivos (cinco veces más que la superficie plantada del Reino Unido). Argentina tiene 17 mil hectáreas sembradas con soja, sin destino de biocombustible y con un altísimo costo ambiental. No parece ser obligatorio discutir acerca de la maniquea opción de “alimentar personas o alimentar autos”. Pero sí suena lógico introducir el balance alimentario en la ecuación. Europa se ha planteado llegar al 2020 con el 20 por ciento del parque automotor propulsado con biodiésel y es un dato complementario que no puede soslayarse el hecho de que “es muy poco probable que dedique sus suelos a este tipo de cultivos, ya que el costo del biocombustible es bastante más bajo si los cultivos energéticos se producen en otros países”, según los estudios de la ONG World Rainforest Movement. Es casi una consecuencia irremediable que el incremento de demanda de parte de Europa para alcanzar aquel 20 por ciento de biocombustibles va a edificar una suerte de “cerealoducto” desde América latina, donde será mucho más rentable sembrar para los tanques de los autos europeos que para los estómagos locales.



Allí debe ubicarse la explicación a la gira de Bush por Brasil, donde –también cabalgando en su promesa de llegar en diez años a un 20 por ciento de la energía generada a partir de biocombustibles– viajó seguramente para comprar a futuro la energía que sacará del sector rural brasileño sin poner en riesgo la provisión de alimentos de su propia población. De acuerdo con el World Resources Institute, cerca del 50 por ciento del cultivo de caña de azúcar en Brasil se destina a proveer combustible para el 40 por ciento de su parque automotor. Cristal Davis, el autor del estudio “Tendencias globales de los biocombustibles”, señala que la futura y sostenida demanda estadounidense será una condena a muerte para el Amazonas, al que se verá más que como pulmón del planeta como futuro ilimitado sembradío de caña de azúcar. Algo similar casi con seguridad ocurrirá en la Argentina: si actualmente la fiebre de la soja (sólo destinada a nutrir la caja fiscal tras ser exportada para alimentar cerdos chinos y europeos) condujo a un desmonte equivalente a una hectárea por hora, puede pronosticarse que de ser negocio vender grano para producir biodiésel no quedará siquiera un geranio en pie.



Davis, aun con la mirada piadosa del Primer Mundo, también interviene en la discusión alimentaria: “A medida que el mercado de biocombustibles compita crecientemente con los mercados de alimentos alrededor de los mismos cultivos, los precios de los commodities alimenticios –pan, aceite de cocina, pollos– subirán, probablemente con graves consecuencias para unas 800 millones de personas que enfrentan un hambre persistente en el mundo”.



Toda esta discusión, no obstante, tiene como base la existencia de un supuesto axiomático: que el uso de biodiésel es, en oposición a los combustibles tradicionales, la solución para detener el cambio climático que tanto nos afectará.



Haciendo de cuenta que sí, conviene recordar sucintamente qué ocurrió en el último lustro para que las grandes potencias, desinteresadas del asunto del calentamiento global (más aún, dispuestas a discutirlo y negarlo, como en el caso de Bush) desempolvaran del fondo del arcón de la tecnología los biocombustibles como si fueran una novedad.



Los últimos cinco veranos literalmente incendiaron Europa: decenas de miles de jubilados muertos en Francia, record de incendios forestales en Portugal, crisis de provisión de agua potable debido a sequías sin precedentes en España. Los líderes europeos, que suponían que los efectos de los gases que mayoritariamente lanza el mundo desarrollado a la atmósfera se verificarían primero en el submundo africano y asiático (lo que es casi equivalente a que no existen), percibieron el calentamiento global no como una amenaza para sus ecosistemas sino para la reproducción de su poder. Fueron a golpearle la puerta a Tony Blair, para exigirle que a su vez instara a su colega Bush a –al menos en el discurso– incorporar el cambio climático como una preocupación. Y allí fue Bush a anunciar su preocupación repentina por el clima del planeta y comenzar a hacer cuentas respecto de los biocombustibles. Sin embargo, aquel axioma no aceptado por la ciencia parece vigente: considerando toda la energía comprometida en la producción de biocombustible, el WorldWatch Institute concluyó que de acuerdo con el cultivo la cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero sólo se vería reducida entre un 15 y un 40 por ciento, comparada con el uso de los combustibles actuales.



Pero –podría preguntar un lego avispado– si el problema son los gases, y el sector del transporte aporta entre el 30 y 40 por ciento de las emisiones, ¿por qué sólo se está discutiendo respecto de lo que se echa en el tanque de un auto y no también de la generación de energía en términos generales?



Una vez más el mercado da la respuesta.



No es novedad que el proceso de generación de energía está dominado por el cartel del petróleo, que cubre más del 70 por ciento de la producción de energía en el mundo. Propender a energías verdaderamente alternativas haría colapsar económicamente ese cartel, que no ha creado aún un papel sustitutivo para sí mismo en el mercado. Pero sí sabe aprovechar la tendencia ecológica y por eso acepta exhumar los biocombustibles. Los mecanismos de distribución de combustibles para transporte están en manos del mismo cartel petrolero: si en vez de suministrar nafta va llevando biodiésel por esas mangueras se pasa a formar parte de un sistema ambientalmente no cuestionable y el negocio sigue en las mismas manos.



Página/12





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martes, 29 de mayo de 2007

El imperio de Monsanto y la destrucción del maíz

x Silvia Ribeiro



El monopolio más marcado de la historia del industrialismo lo tiene Monsanto con las semillas transgénicas. Según sus propios datos, esta trasnacional estadunidense controla más de 80 por ciento del rubro, porcentaje ampliamente mayor que el que detenta cualquier otra empresa en su campo, sea petrolera, química o informática.



Monsanto avanza además hacia el control de todas las semillas, no sólo transgénicas. Para ello ha comprado empresas semilleras en todo el mundo, con el fin de controlar un sector que aunque modesto en volumen de dinero -comparado con otras industrias-, es absolutamente imprescindible: es la llave de toda la cadena alimentaria. Una vez que controle la mayoría de las semillas convencionales (no transgénicas), lo único que necesitará hacer es dejar de producirlas, y a través de una política de hechos consumados -al no existir alternativas en el mercado y en contubernio con las escasas empresas que queden en el rubro- obligar a todos a sembrar sus transgénicos. A unos porque no tendrán otra opción y a otros -los campesinos que plantan sus propias semillas- a punta de contaminación, juicios y semillas suicidas Terminator



Según el monitoreo de la industria que hace el Grupo ETC (antes con el nombre de RAFI), a principios de la década de 1980 existían en el mundo más de 7 mil empresas semilleras que producían semillas para el mercado comercial. Ninguna llegaba a uno por ciento del mercado.



Hace algo más de una década, las empresas que producían agrotóxicos -como Monsanto, Dow, Bayer, Dupont y otras- comenzaron a comprar intensivamente a las semilleras. De esta forma promovieron la venta de semillas y agrotóxicos de la compañía en paquete. El resultado más visible de este casamiento de conveniencia fueron los transgénicos: más de dos tercios de los transgénicos plantados son cultivos resistentes a agrotóxicos.



En 1997, las 10 mayores empresas semilleras habían pasado a controlar la tercera parte del mercado mundial de venta de semillas comerciales. A 2005, las 10 más grandes tenían ya la mitad del mercado. Actualmente, las 10 mayores poseen 55 por ciento del mercado mundial, pero entre tres -Monsanto, Dupont y Syngenta- acaparan 44 por ciento. Monsanto -que en 1996 ni siquiera aparecía entre las 10 mayores- abarca 20 por ciento del total global.



Dos de las compras más significativas de Monsanto en los años recienes -que lo convirtieron en la semillera industrial más grande del mundo- fueron la mexicana Seminis (ex Savia y Grupo Pulsar) con lo que logró la mayoría del mercado mundial de semillas de frutas y hortalizas, y la de Delta Pine Land, la mayor empresa de semillas de algodón y dueña de la primer patente de semillas suicidas Terminator .



Es evidente que avanzando por medios legales e ilegales -desde la contaminación transgénica y los juicios por patentes que hace contra las víctimas hasta el soborno de funcionarios y legisladores para que le otorguen autorizaciones y hagan leyes o reglamentos a su favor- Monsanto pretende apoderarse del mercado mundial de semillas, o como mínimo, repartírselo con un par de otras trasnacionales.



En camino hacia ese objetivo, Monsanto compró hace una década la compañía Agracetus, para apoderarse de una patente monopólica sobre toda la soya transgénica del planeta. Esta patente la acaba de perder el 3 de mayo de 2007 en la Oficina Europea de Patentes, como consecuencia de un litigio que duró 13 años, iniciado por el Grupo ETC junto a una coalición de organizaciones sociales y ambientalistas, que finalmente derrotaron a Monsanto. Pero en ese periodo, Monsanto usó y abusó de este monopolio para hacer juicios y amenazar desde productores a gobiernos, creando un monopolio de facto sobre la soya, aunque ya no tenga la patente.



En este contexto, es totalmente cínico que Monsanto, uno de los mayores contaminadores del planeta y responsable junto a un par de otras transnacionales de la contaminación transgénica del maíz campesino en México, anuncie que va a hacer un fondo para "proteger el maíz nativo". Para ello, pretende formar con algunos de los pocos productores industriales de maíz en México, un banco de semillas nativas. La propuesta ni siquiera es original -también Syngenta, Dupont y otras productoras de transgénicos tienen proyectos similares en otros países- ya que proviene de Croplife International, una asociación internacional de estas empresas para defender sus intereses en la comunidad internacional.



Monsanto pretende así lavar su imagen de contaminador, acceder -y patentar cuando le convenga- razas de maíz campesino que le resultan imprescindibles para seguir desarrollando sus semillas transgénicas y por otro lado justificar la introducción de más transgénicos y la contaminación futura.



Los industriales de la Confederación Nacional de Productores Agrícolas de Maíz de México, que firmaron este acuerdo con Monsanto -quién sabe a qué precio- probablemente ya ni saben qué es el maíz nativo, porque hace tiempo son esclavos de lo que les vendan las empresas semilleras.



Los que de verdad conocen, cuidan y siguen plantando el maíz nativo -85 por ciento de los que producen maíz en México- son campesinos e indígenas y ya declararon que no piensan dejarlo ni dejar que los dueños del dinero y los industriales se apropien de él. Les llevan 10 mil años de experiencia y más de 500 de resistencia.



Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC.





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domingo, 27 de mayo de 2007

Saqueo de recursos naturales y destrucción ambiental: El futuro llegó hace rato



El capitalismo con “rostro humano” es un cuento de hadas. Esto es así por que el capital se acumula a través de dos procesos combinados. Uno de ellos es el que se desarrolla en los lugares de trabajo, por el que el capitalista se queda con la mayor parte de lo producido por el trabajador. El otro es el que se expresa a través de la política colonial, la imposición de deudas externas, las guerras, la apropiación y privatización de lo que era comunitario o público

“Los gobernantes del país del Sur que prometen el ingreso al Primer Mundo, mágico pasaporte que nos hará a todos ricos y felices, no sólo deberían ser procesados por estafa. No sólo nos están tomando el pelo, no: además esos gobernantes están cometiendo el delito de apología del crimen. Porque este sistema de vida que se ofrece como paraíso, fundado en la explotación del prójimo y en la aniquilación de la naturaleza, es el que nos está enfermando el cuerpo, nos está envenenando el alma y nos está dejando sin mundo. Extirpación del comunismo, implantación del consumismo, la operación ha sido un éxito pero el paciente se está muriendo.”
Eduardo Galeano

De las luchas y conflictos de los últimos tiempos en América Latina surge un hecho novedoso, impensable años atrás. En forma creciente, encuentran su razón de ser en la resistencia al saqueo con que los grandes grupos económicos se apropian de las riquezas naturales de la región, sean minerales, petróleo, gas o productos agrícolas; o contra sus efectos directos: aguas contaminadas, tierras resecas, enormes basurales de residuos tóxicos y catástrofes recurrentes.

Con renovado afán, los pulpos empresarios –más allá del discurso “ecológico” que algunos de ellos enarbolan- se apropian de una América Latina en la que crecen el 25% de los bosques del planeta, el 40% de las especies animales y vegetales y aloja en sus entrañas un tercio de las reservas mundiales de cobre, bauxita, plata, carbón, petróleo e importantes cantidades de otros minerales como el uranio o el Zinc. Con la complicidad de la mayor parte de los gobiernos latinoamericanos, arrasan con las riquezas de la tierra y, simultáneamente, con las comunidades que sobre ella se asientan, condenando al hambre y al desarraigo a millones, no por falta de recursos sino paradójicamente, porque estos abundan.

Con el saqueo y una producción primordialmente dedicada a satisfacer las pautas de consumo de una elite mundial que ha visto acrecentada su riqueza más allá de toda necesidad humana, es la supervivencia del mundo la que se pone en juego: cambio climático, efecto invernadero, agujero de ozono, inundaciones, contaminación, desertización de tierras, vaca loca, catástrofes ecológicas, destrucción de la biodiversidad, son palabras que resuenan cada vez con más fuerza y pintan una escena que parece sacada de un clásico de la ciencia ficción.

Pero también ha comenzado -con masividad y suerte diversa- la resistencia de los pueblos. La guerra del agua o la lucha por la recuperación del gas en Bolivia, las movilizaciones y conflictos por la apropiación del petróleo en Ecuador y Venezuela, los enfrentamientos contra los proyectos mineros en Perú o Guatemala, el movimiento de perjudicados por las represas en América Central, las movilizaciones contra la privatización de la biodiversidad en México, son algunas de las primeras respuestas a la profundidad del problema. En el propio Estados Unidos, movilizaciones en el Estado de Montana -tras nueve derrames de productos tóxicos en tres años- obligaron a la prohibición de la minería a cielo abierto.

En la Argentina, la lucha del pueblo de Gualeguaychú contra la instalación de las pasteras, ha tenido el mérito de extender la conciencia de los peligros ambientales. Pero la acción de las transnacionales que saquean nuestros recursos -sin consideración alguna por pueblos y ambiente- trasciende este grave problema local hacia el conjunto de la vida nacional.

Pueblos con hambre sobre un mar de petróleo

La privatización de YPF no nos hizo entrar al “primer mundo” como se prometía, sino fue parte esencial del saqueo con que hundieron el nivel de vida del pueblo trabajador. No casualmente la lucha de los desempleados comenzó en Cutral-Có, Tartagal y Mosconi, donde se fue extendiendo la conciencia de estar parados sobre un mar de petróleo, mientras el pueblo moría de hambre.

La entrega continúa al día de hoy, motorizando reclamos y el surgimiento de organizaciones como la UTD en Mosconi, o como el MO.RE.NO, que impulsa la juntada de firmas por la recuperación del petróleo y el gas. Estos vitales recursos pueden desaparecer en pocos años. Repsol-YPF -con la que Kirchner tiene estrechos vínculos ya desde la época en que fuera gobernador de Santa Cruz- marca la nota del comportamiento empresario, exportando a cuatro manos el gasoil, gas y petróleo, mientras (controlando el 33% del mercado) sólo perforó cinco de los escasos 47 pozos de exploración que se abrieron en todo el último año. Y tan o más grave aún, el poder del lobby petrolero es una de las causas de la falta de inversión en energías alternativas como la eólica, en la que nuestro país podría lograr gran desarrollo.

Argentina: ¿Potosí del siglo XXI?

Uno de los ejes de la política del gobierno de Kirchner es convertir a la Argentina en un país minero. Manteniendo la permisiva y entreguista legislación promulgada bajo el gobierno de Menem, y profundizándola a través del Plan Minero Nacional 2004, unos 560 emprendimientos mineros se aprestan a instalarse en 14 provincias cordilleranas de los que, casi treinta, emplearían la metodología de minería a cielo abierto, prohibida en muchos países del mundo.

El argumento de que se crearían nuevas fuentes de trabajo no se corresponde con la realidad: por ejemplo, el importante emprendimiento de Bajo La Alumbrera ocupa a menos de 200 personas, mientras por otra parte arruina a miles de pequeños productores por falta de agua y ocasiona enfermedades respiratorias y cáncer. El diario Clarín –conocedor de su influencia como formador de opinión- alega que “En la Argentina mueren más de 20 personas por día en accidentes de tránsito, ¿la solución es cerrar las automotrices?”. El periodista confunde un accidente con una consecuencia inevitable de la actividad minera; así como “olvida” que la multiplicación de los accidentes viales está ligada a la destrucción de la red ferroviaria - para adoptar el modelo yanqui de transporte automotor- que fue también parte importante de la entrega del país.

Otros sostienen que la legislación vigente obliga a las empresas a presentar un “Informe de Impacto Ambiental” cada dos años, omitiendo que serán preparados por consultoras contratadas por las empresas, con lo que su manipulación es segura. Lo real es que saldrán miles de millones del país, dejando apenas un 3% de regalías (compensadas con una serie de desgravaciones y subsidios), desechos tóxicos y pueblos muertos. Para quienes esperan el “desarrollo” como producto del interés de las transnacionales por nuestros recursos, es oportuno recordar las palabras de “Las venas abiertas de América Latina” describiendo como las minas de plata de Potosí “sólo dejaron a Bolivia la vaga memoria de sus esplendores, las ruinas de sus iglesias y palacios, y ocho millones de cadáveres de indios”.

Se esbozan caminos de resistencia. El pueblo de Esquel logró imponer una consulta popular que demandó la prohibición de la minería a cielo abierto, así como se multiplican movilizaciones en San Juan, Catamarca, La Rioja, Tucumán o Santiago del Estero. En Mendoza se realizó hace pocos días un Encuentro de Asambleas Autoconvocadas contra la minería, para intercambiar experiencias y articular la lucha. Una idea de “progreso” alternativo a la del capital comienza a surgir.

De granero del mundo a republiqueta sojera

El presidente de Cargill elogió el rumbo del país: “las posibilidades de un desarrollo económico sustentable de nuestro país está indisolublemente ligado a la expansión del complejo agro-industrial”, sostuvo.

El desarrollo explosivo del complejo sojero - uno de los motores del superávit fiscal que el gobierno enarbola como signo de su éxito- terminó con la producción de alimentos para la población, encareció su precio, liquidó la soberanía alimentaria y consolidó un modelo de agricultura sin agricultores, por el que desde fines de los ’80 hay cerca de 90 mil establecimientos menos y disminuyó un 50% la cantidad de tambos lecheros.

El monocultivo de soja desplazó las prácticas cuidadosas del medio ambiente, como la rotación agricultura-ganadería y degradó el suelo, que requiere cada vez mayor cantidad de fertilizantes químicos. Al hacerse cada vez más dependiente de éstos, el agro va haciéndose cada vez más dependiente de las multinacionales que los fabrican, sin por ello solucionar el grave problema ambiental planteado.

El gobierno mantiene este rumbo, al tiempo que por ahora logra que gente que está pagando más caros la leche y los alimentos por la expansión del monocultivo sojero, aliente expectativas de prosperidad ante el record de exportación de dichos granos. Pero la contenida bronca contra la carestía (que según el Indec no existe, pero que la hay, la hay) deberá empalmar con la lucha campesina que se ha iniciado en provincias como Córdoba o Santiago del Estero, para cuestionar el conjunto del modelo de país.

No existe un capitalismo “ecológico”

A pesar de las evidencias de estar acercándonos a un punto sin retorno en el desquiciamiento de la relación entre los hombres y de estos con la naturaleza, el capital –es decir, el empresariado con sus políticos y economistas ocultos tras el intangible “mercado”- prosigue su loca carrera hacia el desastre, al que nos arrastra a todos. Su lógica -cuyos únicos parámetros son la disminución de costos y la maximización de las ganancias- lo impulsa a buscar nuevas oportunidades de acumulación: la salud, la educación, las jubilaciones, los bosques, las reservas de agua, los genes, la tierra, todo, absolutamente todo es convertido en mercancía.

Como lo expresa el economista Francois Chesnais: “la disminución de costos y la maximización de beneficios, dirigidas por la producción para la ganancia, conducen obligatoriamente a que se extiendan los enfoques semejantes al de la explotación minera. Esta consiste en sacar de la mina, que puede ser también una zona de pesca en el océano, un bosque, tierras vírgenes, toda la materia prima que pueda y durante todo el tiempo en que sea rentable, sin preocuparse con los daños sociales o ecológicos (cómo máximo considerados, al igual que en las guerras, daños colaterales) y después ir a recomenzar en otra parte la misma operación”.

Es este el verdadero rostro del capitalismo. El capitalismo con “rostro humano” es un cuento de hadas que el mundo desmiente día a día. Esto es así por que el capital se acumula a través de dos procesos combinados. Uno de ellos es el que se desarrolla en los lugares de trabajo, el proceso económico por el que el capitalista se queda con la mayor parte de lo producido por el trabajador. Marx pone luz sobre el mismo señalando como “el derecho de propiedad se convierte en apropiación de propiedad ajena, el cambio de mercancías en explotación, la igualdad en dominio de clase”.

El otro proceso es el que el geógrafo David Harvey llama “acumulación por desposesión”, el que se expresa a través de la política colonial, la imposición de deudas externas, las guerras, la apropiación y privatización de lo que era comunitario o público, pasando no sólo las empresas de servicios públicos, sino el conjunto de los recursos naturales, la tierra, los bosques, el agua, etc, a las empresas privadas. Se trata de un proceso de desposesión en una escala sin precedentes en la historia. El capital se acumula sin tapujos, mediante la violencia, la rapiña, la corrupción y el engaño.

La combinación de ambos procesos se acentúa en la actual fase de globalización y, con el llamado neoliberalismo, el capital avanzó hasta apropiarse de todos los aspectos de la vida. Pero la naturaleza comienza ya a demostrar que no puede soportar indefinidamente la explotación a la que se la somete y ha comenzado a vengarse, amenazando con arrastrar a la humanidad a la barbarie o a su mismo fin.

Sin embargo, la clase dominante no puede superar la lógica de acumulación del capital y hundirá el barco, así como los antiguos capitanes se hundían con el mismo. Valga como ejemplo el Protocolo de Kyoto, con el que se buscaría estabilizar el efecto invernadero, pero cuyo único mérito es develar como no hay posibilidad de frenar la catástrofe de la mano de esta gente. Uno de sus mecanismos es la creación del llamado “mercado de los derechos de contaminar”, por el que los países más ricos se fijan un tope de contaminación, pero pueden sobrepasarlo comprando a los países más pobres el derecho a contaminar lo que ellos no utilizaron. Es decir que no sólo siguen contaminando el mundo sino que transformaron la contaminación en una nueva mercancía y oportunidad de negocios. Y aún con todo esto, los Estados Unidos, el país más contaminador del mundo, no ha firmado tal acuerdo. La nueva trampa que ha comenzado a aparecer con fuerza, impulsado por la diplomacia yanqui, es el de los ll amados biocombustibles.

No es una lucha de los “ambientalistas”, sino del pueblo trabajador

La lucha contra el deterioro ambiental y por la defensa ecológica, no es por tanto un interés de jóvenes de clase media, sensibles, sino por sobre todo, debe ser una lucha profundamente anticapitalista, que involucre al conjunto del pueblo trabajador. Pero no es lo que usualmente se sostiene. La propaganda televisiva de Greenpeace muestra a un pequeño grupo de intrépidos y valerosos jóvenes afrontando los peores riesgos para salvar una ballena de los arpones japoneses. Los medios de comunicación bautizaron como “ambientalista” al pueblo de Gualeguaychú. En ambos casos, se trata que a la lucha en defensa del medio ambiente no se la conciba como producto de la movilización popular, sino sea –para el sentido común- algo más excéntrico y, por sobre todo, más ajeno.

Pero lamentablemente, también desde la izquierda se la concibe como ajena, como externa a la “lucha de clases”, como secundaria a la lucha por el salario o el empleo, que fueran, décadas atrás, las luchas más directa y masivamente anticapitalistas. Pero ya no es la realidad sino el corporativismo de cierta izquierda, la que sigue sosteniendo la exclusividad de las mismas.

Es cierto que la precarización en la que han sumido nuestras vidas lleva a privilegiar lo urgente: la lucha por el salario, la vivienda, el empleo o, directamente, la comida. Y no negamos su enorme importancia. Pero para tener perspectivas de triunfo en estas vitales luchas, hay que enfrentar el conjunto de los ataques del capital, entre ellos el saqueo y las perspectivas ciertas –y cada vez más cercanas- de destrucción planetaria. La lucha por la reivindicación sectorial en forma exclusiva, ha aislado y fragmentado más aún al pueblo trabajador y ha sembrado el camino de las últimas décadas, de sucesivas derrotas populares. La primera batalla es, entonces, con nosotros mismos, quienes venimos bregando por la transformación social desde algunas de las organizaciones políticas y/o sociales.

Los movimientos de resistencia al saqueo y la contaminación -que surgen y se desarrollan- han abierto nuevas perspectivas y son síntoma vital de la importancia y actualidad de esta lucha. Quedan por delante las dificultosas tareas de articulación entre los tradicionales procesos de lucha anticapitalista de los trabajadores, con los actuales procesos de lucha popular. Se impone la necesidad de construir proyectos alternativos al capital, que conecten la diversidad de las luchas, dando así al mismo tiempo una importante batalla cultural por la hegemonía, frente al capitalismo travestido en “ecológico” o con “rostro humano”.

En las movilizaciones actuales existen los gérmenes de una nueva relación de los hombres y mujeres con la naturaleza. Basada en la satisfacción de las necesidades humanas y no en las leyes del mercado, es posible respetar los ciclos y la reproducción de la naturaleza. Las formas de otra democracia, donde pueden prevalecer dichas necesidades, también han comenzado a insinuarse en los pueblos movilizados, como las masivas asambleas en Gualeguaychú, o la imposición de la consulta popular en Esquel. Porque también los pueblos movilizados han comenzado a acercar el futuro.

La Haine




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domingo, 20 de mayo de 2007

El Negocio de la negación del Cambio Climatico



x George Monbiot



Cuando los países más pobres ya están sufriendo sus peores consecuencias, algunos siguen calificando el cambio climático de ciencia basura. Detrás de muchos de los artículos que niegan el calentamiento global se esconde una campaña financiada por la petrolera Exxon, que ha logrado retrasar una década la ineludible acción para frenar la degradación ecológica.



La mayoría de los países ricos, al estar situados en latitudes templadas, sufrirán menos los efectos ecológicos del cambio climático, al menos en las primeras etapas. También tendrán más dinero con el que proteger a sus ciudadanos de las inundaciones, las sequías y las temperaturas extremas. Por tanto, reclamar a los habitantes de los países más desarrollados que actúen para prevenir el cambio climático significa pedirles que renuncien a sus coches de alto rendimiento, sus vuelos a Toscana, Tailandia o Florida en beneficio de otros.



Además, como dijo el primer ministro británico Tony Blair, "existe un desfase temporal entre el impacto medioambiental y las consecuencias electorales". Cuando llegue el momento de pagar las consecuencias de decisiones que él ha tomado, llevará ya varios años fuera del cargo. Pero el problema no es sólo que los ciudadanos de los países ricos no se comprometan. A su resistencia contribuye también una campaña de disuasión activa, que advertí por primera vez después de leer una serie de artículos realmente idiotas en la prensa británica. Como sugieren los siguientes ejemplos, para algunos periódicos la ausencia total de conocimientos científicos no impide publicar un texto.



"Bush tiene razón. El Tratado de Kioto es una estúpida pérdida de tiempo. El efecto invernadero seguramente no existe. No existen pruebas de que exista", afirmaba Peter Hitchens en The Mail on Sunday. Melanie Phillips tiene la suficiente seguridad en sus conocimientos de física atmosférica para afirmar que "… la teoría de que el calentamiento global es culpa de la humanidad es un inmenso fraude basado en unos modelos de ordenador deficientes, mala ciencia y una ideología antioccidental…".



Al principio pensé que todo esto era un caso de idiotez local, y no cabe duda de que ése es también un factor, aunque secundario. Pero después de investigar otra serie de afirmaciones empecé a comprender que su origen no estaba en los periódicos. A diferencia de casi todos los que niegan en los medios el cambio climático, David Bellamy es, o era, un científico, profesor de Botánica en la Universidad de Durham (Reino Unido). Era además ecologista y un famoso y estupendo presentador de televisión. A poco tiempo de comenzar este siglo decidió que no había ningún cambio climático. Esto es lo que escribió en un artículo en The Daily Mail en 2004 titulado '¿Calentamiento global? ¡Un montón de tonterías!': "El vínculo entre la quema de combustibles fósiles y el calentamiento global es un mito".



En abril de 2005 leí una carta suya en el semanario New Scientist: "Al respecto de las informaciones [de su publicación] sobre el cambio climático y el deshielo en el Himalaya, hay que destacar que, en otras partes del mundo, los glaciares no están retrocediendo sino creciendo (…) Es más, si examinan todas las pruebas que no suelen mencionar los kiotoístas, 555 de los 625 glaciares que son objeto de observación por parte del Servicio de Vigilancia Mundial de Glaciares en Zúrich, Suiza, han crecido desde 1980". Esta afirmación me pareció asombrosa. Así que llamé al Servicio de Vigilancia Mundial de Glaciares y les leí la carta de Bellamy. "Eso son sandeces", me dijeron. De hecho, los últimos estudios muestran sin lugar a dudas que casi todos los glaciares del mundo están retrocediendo. De modo que envié un correo electrónico a Bellamy para preguntarle cuál era su fuente. Después de varias peticiones, me explicó que había encontrado los datos en una web llamada www.iceagenow.com. Y allí estaba todo el material que citaba en su carta, incluidas las cifras –o algo parecido a ellas– que mencionaba: "Desde 1980, ha habido un avance de más del 55% de los 625 glaciares de montaña observados por el Servicio de Vigilancia Mundial de Glaciares en Zúrich". La fuente, que Bellamy mencionaba en el correo electrónico que me envió, era, al parecer, "el último número de 21st Century Science and Technology".



Se trata, según averigüé, de una publicación que pertenece al millonario estadounidense Lyndon LaRouche, un hombre que ha dicho que la familia real británica dirige una red internacional de narcotráfico, que Henry Kissinger es un agente comunista, que el Gobierno de Reino Unido está controlado por banqueros judíos y que la ciencia moderna es una conspiración contra el potencial humano. En 1989 fue condenado a 15 años de cárcel por conspiración, fraude postal y delitos fiscales.



La revista quincenal 21st Century Science and Technology, con sede en Washington, no ofrecía ninguna fuente para esas cifras; pero se podían encontrar esos mismos datos en todo Internet. Aparecieron por primera vez en la Red a través del Proyecto de Política Científica y Ambiental que dirige un científico especializado en medio ambiente, el doctor Fred Singer. Después de publicarse en su web (www.sepp.org) los reprodujeron otros grupos, como el Instituto para la Empresa Competitiva, el Centro Nacional de Investigación de Políticas y la Coalición para el Avance de la Ciencia Responsable. Incluso habían llegado a The Washington Post. ¿Pero de dónde procedían? Singer citaba una fuente parcial: "un ensayo publicado en Science en 1989".



Hice un repaso manual y electrónico de todos los números de 1989 de esa publicación. No sólo no había nada parecido a las cifras en cuestión, sino que, en todo el año, no se publicó en la revista ni un solo artículo sobre el avance o la retirada de los glaciares. Convencido de que los datos eran absurdos, lo dejé estar. Sin embargo, cuando publiqué estas conclusiones en The Guardian, uno de mis lectores escribió a Singer: "¿Cómo responde a las afirmaciones de George Monbiot, que, en The Guardian del martes, afirmaba que usted cita un ensayo inexistente en un número sin especificar de Science de 1989 como única base para asegurar que la mayoría de los glaciares del mundo están avanzando?". Su respuesta fue interesante e inesperada: "Monbiot está confundido o (…) miente (…) No sé nada de un ensayo de 1989 en Science. El lector volvió a escribir: "Estimado profesor: (...) He hecho una búsqueda en [su web] www.sepp.org (...) y he encontrado dos páginas que afirman exactamente lo que le atribuye Monbiot (…) ¿Podría ser más concreto, por favor, sobre este artículo de 1989 en Science?".



Esta vez, el científico respondió en tonos menos agresivos. La afirmación, dijo, la había incluido en su página una antigua miembro de SEPP, Candace Crandall. "Parece que es incorrecta y ya se ha modificado", aseguró. Se le olvidó decir que Crandall era su mujer. Casi un año después comprobé su web y encontré este párrafo: "El Servicio de Vigilancia Mundial de Glaciares en Zúrich, en un ensayo publicado en Science en 1989, subrayaba que, entre 1926 y 1960, más del 70% de los 625 glaciares de montaña existentes en EE UU, la Unión Soviética, Islandia, Suiza, Austria e Italia estaba retrocediendo. Sin embargo, desde 1980, el 55% de estos glaciares está avanzando".



No lo habían cambiado. Además, en la página de SEPP y en las demás que habían publicado las cifras sobre los glaciares, encontré casi todas las afirmaciones, por ridículas o engañosas que fueran, que habían hecho posteriormente en la prensa David Bellamy, Peter Hitchens, Melanie Phillips, el novelista Michael Crichton y la mayoría de los demás personajes destacados que niegan la idea del cambio climático causado por el hombre. Da la impresión de que los grupos que he mencionado han recopilado y difundido los datos que utilizaban los escritores. Y tienen otra cosa en común: todos ellos están financiados por Exxon.



LA MANO INVISIBLE DE EXXON



ExxonMobil es la compañía más lucrativa del mundo. En otoño de 2005 declaró unos beneficios trimestrales de casi 10.000 millones de dólares (8.000 millones de euros), las mayores ganancias empresariales que se conocen. Casi todo ese dinero procede del petróleo, y es la empresa que más tiene que perder con los esfuerzos para hacer frente al cambio climático.



La web Exxonsecrets.org, con datos hallados en los documentos oficiales de la empresa, enumera 124 organizaciones que han recibido contribuciones de la empresa o colaboran estrechamente con otros que las han recibido. Su postura ante el cambio climático es siempre la misma: la base científica es contradictoria, los científicos están divididos, los ecologistas son unos charlatanes, mentirosos o lunáticos, y, si los gobiernos tomaran medidas para prevenir el calentamiento global, pondrían en peligro la economía mundial sin un motivo sólido. Cuando estos grupos ven conclusiones que no les gustan, dicen que son "ciencia basura". Las que les seducen son "ciencia responsable".



Entre las entidades financiadas por Exxon se encuentran varios sitios web y grupos de presión muy conocidos, como TechCentralStation, el Instituto Cato y la Fundación Heritage. Algunas poseen nombres que hacen que parezcan organizaciones cívicas de base o instituciones académicas: el Centro para el Estudio del Dióxido de Carbono y el Cambio Global, la Coalición Nacional de las Zonas Húmedas, el Instituto Nacional de Política Ambiental, el Consejo Americano para la Ciencia y la Salud. Una o dos de ellas, como el Congreso para la Igualdad Racial y el Centro de Derecho y Económicas de la Universidad George Mason, son verdaderos movimientos ciudadanos o instituciones académicas, pero la postura que adoptan respecto al cambio climático es muy parecida a la de los demás grupos subvencionados.



Aunque todas estas organizaciones tienen su sede en EE UU, los textos que publican se leen y reproducen en todo el mundo y a sus miembros se les entrevista y se les cita en todas partes. Al subvencionar un gran número de organizaciones, Exxon ayuda a crear la impresión de que las dudas sobre el cambio climático están extendidas. Para las personas que no saben que las conclusiones científicas no son de fiar si no han aparecido en publicaciones sujetas al escrutinio de los especialistas, los nombres de estas instituciones contribuyen a popularizar la idea de que hay científicos serios que no están de acuerdo con el consenso.



Esto no quiere decir que todo el trabajo científico que defienden estos grupos sea mentira. En general, no recurren a la invención, sino a la selección. Encuentran un estudio en contra y lo promueven sin descanso. Y siguen haciéndolo mucho después de que otras investigaciones lo contradigan. Pero no se detienen ahí. El presidente del Proyecto de Política Científica y Ambiental que dirige Fred Singer es un hombre llamado Frederick Seitz, un físico que en los 60 presidió la Academia Nacional de Ciencias de EE UU. En 1998 escribió un documento, conocido como la Petición de Oregón, que cita casi todos los periodistas partidarios de que el cambio climático es un mito. Éste es un extracto:



"Instamos al Gobierno de EE UU a rechazar el acuerdo sobre el calentamiento global redactado en Kioto, Japón, en diciembre de 1997, y cualquier otra propuesta semejante. Los límites propuestos para los gases invernadero perjudicarían el medio ambiente, entorpecerían el progreso de la ciencia y la tecnología y dañarían la salud y el bienestar de la humanidad. No existen pruebas convincentes de que la emisión humana de dióxido, metano y otros gases invernadero esté causando o vaya a causar en un futuro próximo ningún calentamiento catastrófico de la atmósfera terrestre, con el consiguiente trastorno del clima de la Tierra. Además, existen sólidas pruebas científicas de que el aumento del dióxido de carbono atmosférico produce muchos efectos beneficiosos en los entornos naturales, tanto vegetales como animales".



Cualquiera que tuviera un título universitario podía firmarla. Iba acompañada de una carta escrita por Seitz, encabezada con el título "Examen científico de las pruebas sobre el calentamiento global". El principal autor del "examen" que acompañaba a la carta de Seitz es un cristiano fundamentalista, Arthur Robinson, que no ha trabajado nunca como científico especialista en el clima. El documento estaba publicado conjuntamente por la organización de Robinson (Instituto de Ciencia y Medicina de Oregón) y un organismo llamado Instituto George C. Marshall, que ha recibido 630.000 dólares (unos 500.000 euros) de ExxonMobil desde 1998. Los otros tres autores eran el hijo de Arthur Robinson, de 22 años, y dos empleados del Instituto George C. Marshall, cuyo presidente del consejo de administración era Frederick Seitz. El documento sostenía que:



"Cuanto más uso se haga del carbón, el petróleo y el gas natural para alimentar y sacar de la pobreza a gran número de personas en todo el mundo, más CO2 se liberará en la atmósfera. Ello contribuirá a mantener y mejorar la salud, la longevidad, la prosperidad y la productividad de toda la gente (…) Vivimos en un entorno de plantas y animales cada vez más exuberante como consecuencia del aumento de CO2. Nuestros hijos disfrutarán de una Tierra con mucha más vida vegetal y animal que la que poseemos hoy. Es un regalo maravilloso e inesperado de la Revolución Industrial".



Estaba impreso en el tipo de letra y el formato de Proceedings of the National Academy of Sciences, la revista de la organización que en otro tiempo –lo cual acababa de recordar a sus lectores– había presidido Frederick Seitz. Poco después de que se publicara la petición, la Academia Nacional de Ciencias declaró: "La petición se envió por correo junto con un editorial de The Wall Street Journal y un manuscrito en un formato prácticamente idéntico al de los artículos científicos publicados en Proceedings of the National Academy of Sciences. El Consejo de la Academia quiere dejar claro que la petición no tiene nada que ver con la Academia Nacional de Ciencias".



Pero era demasiado tarde. Seitz, el instituto de Oregón y el Instituto George C. Marshall ya habían distribuido decenas de miles de copias, y la petición circulaba por Internet. La firmaron alrededor de 17.000 licenciados, en su mayoría personas sin experiencia en el campo de la ciencia del clima. Los científicos que sí son especialistas en este terreno –David Bellamy, Melanie Phillips y el resto– han dicho repetidamente que se trata de una petición. Las webs subvencionadas por Exxon dicen que es prueba de que no existe un consenso de los científicos sobre el cambio climático.



TRAS LA CORTINA DE HUMO



Los científicos del clima y los ecologistas son ya muy conscientes de todo esto. Pero lo más interesante que he descubierto en mis investigaciones es que la campaña empresarial para negar que el hombre esté cambiando el clima no la inició Exxon, ni tampoco ninguna otra empresa relacionada de forma directa con los combustibles fósiles. La creó la tabaquera Philip Morris.



En diciembre de 1992, la Agencia de Protección Medioambiental de Estados Unidos (EPA, en sus siglas en inglés) publicó un informe de 500 páginas titulado 'Consecuencias para la respiración y la salud del tabaquismo en el fumador pasivo'. Sus conclusiones eran que: "… El contacto con el humo ambiental del tabaco (HAT) en EE UU tiene un impacto grave e importante en la salud pública (…) En los adultos, HAT es un carcinógeno para el pulmón humano, responsable de unas 3.000 muertes anuales por cáncer de pulmón entre los estadounidenses no fumadores (...) En los niños, la exposición al humo del tabaco suele estar vinculada a un riesgo mayor de contraer infecciones de las vías respiratorias inferiores, como bronquitis y neumonía (…) Entre 150.000 y 300.000 casos anuales entre recién nacidos y bebés de hasta 18 meses son atribuibles al HAT".



Dos meses después, Philip Morris, la mayor tabaquera del mundo, había elaborado una estrategia para responder al informe sobre el tabaquismo pasivo. En febrero de 1993, Ellen Merlo, vicepresidenta de asuntos corporativos, envió una carta a William Campbell, presidente y director, en la que explicaba lo que había decidido: "Nuestro objetivo fundamental es desacreditar el informe de la EPA (…) Al mismo tiempo, nuestro objetivo es impedir que las ciudades y los Estados, así como las empresas, lleven a cabo prohibiciones relacionadas con el tabaquismo pasivo".



Para ello había contratado a una empresa de relaciones públicas llamada APCO, y enviaba adjunto el consejo que le habían dado. Philip Morris, afirmaba APCO [en documentos que publicó, obligada por una sentencia judicial], necesitaba crear la impresión de un movimiento "de base" que hubieran formado de manera espontánea unos ciudadanos preocupados y deseosos de luchar contra "el exceso de normas". Tenía que presentar el peligro del humo de tabaco como un "temor infundado" similar a otros como los relacionados con pesticidas o teléfonos móviles. APCO propuso establecer: "Una coalición nacional cuyo fin sea educar a los medios, los funcionarios públicos y la población sobre los peligros de la ciencia basura. La coalición abordará la credibilidad de los estudios científicos del Gobierno, las técnicas de evaluación de riesgos y el mal uso del dinero de los impuestos (…) Tras la formación de la coalición, varios dirigentes clave realizarán una campaña en los medios, que incluya reuniones con consejos editoriales, artículos de opinión e información a cargos electos en determinados Estados".



APCO debía fundar la coalición, redactar su declaración de intenciones y "elaborar y colocar artículos de opinión en mercados clave". Para eso eran necesarios 150.000 dólares en honorarios y 75.000 en costes. En mayo de 1993, como demuestra otro memorándum de APCO a Philip Morris, el falso grupo cívico tenía un nombre: Coalición para el Avance de la Ciencia Responsable (en inglés, TASSC). Era importante, afirmaban cartas posteriores, "garantizar que TASSC tenga un grupo variado de patrocinadores", "vincular la cuestión del tabaco a otros productos más políticamente correctos" y relacionar los estudios científicos que presentan una mala imagen del tabaco con "cuestiones más amplias sobre la investigación dependiente del Gobierno y las normas", como el calentamiento global, el tratamiento de residuos nucleares y la biotecnología.



La compañía de relaciones públicas confiaba en que la cobertura de los medios permitiría a TASSC "establecer una imagen de coalición nacional de base". Por si acaso los medios hacían preguntas hostiles, APCO hizo circular una hoja de respuestas redactadas por Philip Morris. La primera pregunta era: "¿No es cierto que Philip Morris creó TASSC para que le sirviera de fachada?".



La respuesta debía ser: "No, en absoluto. Como gran empresa que es, PM pertenece a numerosas organizaciones empresariales, políticas y legislativas de ámbito nacional, regional y estatal. PM ha contribuido a formar TASSC del mismo modo que a otros grupos y organizaciones en todo el país".



Se puede ver claramente que hay similitudes entre el lenguaje y los métodos empleados por Philip Morris y los de las organizaciones financiadas por Exxon. Los dos grupos utilizaban los mismos términos, que, al parecer, inventaron los asesores de Philip Morris. La expresión ciencia basura se refería a los estudios revisados por especialistas que demostraban que el tabaco estaba relacionado con el cáncer y otras enfermedades. Ciencia responsable significaba estudios patrocinados por la industria del tabaco que sugerían que la relación no estaba clara. Ambos grupos de presión eran conscientes de que la mejor posibilidad de evitar la regulación era discrepar del consenso científico. Como decía un memorándum de la empresa tabaquera Brown and Williamson: "La duda es nuestro producto, porque es la mejor forma de competir con el cuerpo de datos que existe en la mente del público en general".



'CIENCIA BASURA' EN LA RED



Pero la conexión va mucho más allá. TASSC, la "coalición" creada por Philip Morris, fue la primera y más importante de las organizaciones subvencionadas por empresas en negar que hubiera cambio climático. Es la institución que más daño ha hecho a la campaña para detenerlo. Lo que no sabíamos hasta ahora es que no la crearon varias empresas del sector de los combustibles sólidos, sino una empresa tabaquera.



TASSC hizo lo que sugerían sus fundadores de APCO y buscó dinero en otras fuentes. Entre 2000 y 2002 recibió 30.000 dólares de Exxon. La página web sufragada por la coalición, JunkScience.com (Ciencia basura) ha sido el principal punto de distribución para toda clase de negación del cambio climático que ha llegado hasta la prensa de calidad. Aunque Singer fue el primero que hizo públicas las cifras sobre los glaciares en la Red, esta web las popularizó. El hombre que la dirige se llama Steve Milloy. En 1992 fue contratado por APCO y mientras trabajaba allí creó JunkScience. En marzo de 1997 fue nombrado director ejecutivo de TASSC y en 1998, según explicó en un memorándum a los miembros del consejo de administración, la coalición empezó a subvencionar su página web. Tanto él como la coalición siguieron recibiendo dinero de Philip Morris.



Un documento interno fechado en febrero de 1998 revela que el año anterior TASSC recibió 200.000 dólares de la tabaquera. El presupuesto de Philip Morris para 2001 muestra un pago de 90.000 dólares a Milloy, cuyo nombre puede verse unido a cartas y artículos que pretendían desacreditar los estudios sobre el tabaquismo pasivo en Internet y en las bases de datos académicas. Incluso logró llegar al British Medical Journal, en el cual he encontrado una carta escrita por él en la que aseguraba que los estudios sobre los que la revista había informado "no prueban la hipótesis de que el tabaquismo materno y pasivo aumenta el riesgo de cáncer en los recién nacidos". En la misma dirección figuran inscritas otras dos organizaciones: el Instituto de Educación para la Libre Empresa y el Instituto de Acción para la Libre Empresa, que han recibido respectivamente 10.000 y 50.000 dólares de Exxon. El secretario del primero es un hombre llamado Thomas Borelli, el ejecutivo de Philip Morris que supervisó los pagos a TASSC.



El membrete del papel oficial de TASSC cita un consejo asesor de ocho personas. Tres, según Exxonsecrets.org, trabajan para organizaciones que aceptan dinero de Exxon. Una de ellas es Frederick Seitz, el hombre que redactó la Petición de Oregón y que preside el Proyecto Científico y Ambiental de Fred Singer. También Singer tenía contactos con la industria del tabaco. En marzo de 1993, APCO envió un memorándum a Ellen Merlo, la vicepresidenta de Philip Morris que acababa de encargarle la lucha contra la Agencia de Protección Ambiental:



"Como sabe, hemos estado trabajando con los doctores Fred Singer y Dwight Lee, autores de varios artículos sobre la ciencia basura y la calidad del aire interior (CAI), respectivamente. Adjuntamos copias de los artículos sobre ciencia basura y CAI aprobados por los doctores Singer y Lee (…) Por favor, revise los artículos y háganos saber lo más pronto posible si tiene comentarios o preguntas sobre ellos".



No tengo pruebas de que Fred Singer o su organización hayan recibido dinero de Philip Morris. Pero muchos de los demás organismos patrocinados por Exxon y que han tratado de negar el cambio climático sí lo hicieron. Entre ellos, algunos de los think tanks más conocidos del mundo: el Instituto para la Empresa Competitiva, el Instituto Cato, la Fundación Heritage, el Instituto Hudson, el Instituto Fronteras de la Libertad, la Fundación para la Razón y el Instituto Independiente, además del Centro de Derecho y Económicas de la Universidad George Mason.



Aunque han trabajado sobre todo en EE UU, la influencia de los organismos subvencionados por Exxon y Philip Morris que niegan el cambio climático se siente en todo el mundo: Australia, Canadá, India, Rusia y el Reino Unido. Con su control del debate sobre el cambio climático en los medios durante siete u ocho años cruciales en los que tenían que haberse desarrollado conversaciones internacionales urgentes y su forma de sembrar constantemente dudas sobre la base científica han justificado con creces el dinero que se han gastado en ellos sus patrocinadores. En mi opinión, se puede decir que la industria de la negación profesional ha hecho que la acción mundial para afrontar el cambio climático se retrase varios años.



Pero eso no quiere decir que la resistencia política a dicha tarea sea culpa sólo de esta gente. El Gobierno de Estados Unidos, por ejemplo, no necesita la ayuda de Exxon para sabotear las negociaciones internacionales sobre el clima. Una de las razones por las que estos profesionales de la negación del cambio climático han tenido tanto éxito a la hora de penetrar en los medios de comunicación es que dicen lo que la gente quiere oír.



George Monbiot, periodista británico, acaba de publicar en Reino Unido Heat: How to Stop the Planet Burning (Allen Lane, Londres, 2006), del cual se ha adaptado este artículo. Es autor también de The Age of Consent (HarperPerennial, Londres, 2004) y Captive State (Pan, Londres, 2001).









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jueves, 17 de mayo de 2007

martes, 15 de mayo de 2007

7 Campesinos Detenidos Por Defender Su Territorio y el Monte Santiagueño



/>El viernes 11 de mayo, fueron detenidos 7 compañeros del Mocase-VC por defender el monte de la depredación irracional de los grandes empresarios y terratenientes. Cuatro de ellos fueron golpeados por la policía sufriendo uno de ellos luxación de hombro.

/> />Siendo las 11hs aproximadamente del pasado viernes, 25 policías comandadas por el Comisario Nieto de Monte Quemado, llegaron en 6 vehículos particulares al Paraje El Quebrachito, distante 60 Km de Monte Quemado, Noreste de Santiago del Estero. Detuvieron a Toribio Peral, Armando Peral, Francisco Cuellar, Antonio Cuellar, Félix Conrrado Alejo, Germán Coria y Eulalio Coria de los parajes El Quebrachito, El Allao, Murishca y San Isidro.

/>Los compañeros habían estado sufriendo los atropellos de peones de Ramón Vittar y Pedro Julianes, terratenientes de la zona dedicados a la compra y venta de postes y productos forestales. Dichos peones entraban en los territorios de las comunidades de El Quebrachito, El Allao, Murishca, San Isidro y otras de la zona cortando postes de quebracho colorado en un monte virgen, en tanto que los pobladores de estas comunidades han venido cuidando el monte desde hace generaciones, dedicándose a la cría de ganado. Cuando entraban a cortar, disparaban contra los animales de los pobladores, en una clara actitud de amenaza frente a cualquier resistencia.

/>Las comunidades organizadas decidieron cerrar los accesos a sus territorios, impidiendo que los peones de Vittar siguieran desmontando ni tampoco que retiraran los postes que ya tenían cortados. La respuesta de Vittar fue inmediata. Aún sin ninguna orden judicial que lo avalara, la policía de Monte Quemado llegó el pasado viernes a detener a los compañeros que defendían sus tierras y el monte bajo la denuncia de hurto de producto forestal. Una denuncia sin sentido, en tanto el monte está en el territorio comunitario de los acusados y fueron intrusos quienes cortaron los postes. Pero esto poco parece importar a la policía y el poder judicial, quienes obedecen siempre a los intereses económicos de los grandes propietarios.

/>Vinieron acompañados, como suele suceder, de peones de Vittar vestidos de policía y de gendarmería, una muestra más de la complicidad entre Vittar y los policías de Monte Quemado. No sólo se llevaron detenidos a los compañeros, sino que se llevaron los postes que los peones de Vittar habían cortado en el territorio de las comunidades. Si bien hoy los postes están secuestrados en la comisaría, sabemos que esos postes irán a parar al aserradero de Vittar, como tantas otras veces ha pasado.

/>Los compañeros están presos desde el viernes en situación de incomunicació n y hasta el sábado al mediodía no se les permitió que los viera un médico; cuatro de ellos están golpeados y otro sufre una luxación de hombro. No hay perspectivas que sean liberados, en tanto el Juez Juárez de Monte Quemado no va a dar lugar a las eximiciones de prisión presentadas, otra prueba más de la complicidad del poder Judicial de Santiago del Estero con los intereses de los grandes empresarios.

/>No sólo eso, sino que hoy mismo lunes se han largado nuevas órdenes de detención contra otros compañeros de la Central Campesina del Norte, a la que pertenecen las comunidades del conflicto.

/>Exigimos la inmediata liberación de los compañeros detenidos y la anulación de todas las ordenes de detención libradas por el Juez Juárez.

/>Exigimos la investigación a Ramón Vittar, Pedro Julianes y los policías de Monte Quemado, que han actuado con violencia de otra época golpeando a nuestros compañeros y que sabemos habrían cobrado $ 150 de Vittar cada uno para realizar este trabajo "adicional".

/>Exigimos que en esta nueva provincia, que el Gobernador Zamora ha abierto a grandes inversionistas nacionales y extranjeros, cese el modelo productivo extractivo basado en la soja y el producto forestal que produce riqueza para muy pocos, desalojos para las comunidades campesinas indígenas y destrucción del medio ambiente para toda la población.

/>Denunciamos la complicidad de este gobierno y del poder judicial en el proceso sistemático de desalojo de comunidades campesinas indígenas; no queremos sentarnos en mesas de diálogo vacías, los hechos han demostrado que en un año de funcionamiento de estas mesas se han agravado los desalojos y los desmontes irracionales; queremos acciones claras y contundentes que demuestren la voluntad política de solucionar el problema que no se han dado hasta el momento.

/>Exigimos el respeto a nuestra vida campesina, nuestros territorios y nuestro modo de producción respetuoso con el monte.

/>Exigimos el respeto de nuestro derecho a organizarnos para defender nuestros territorios y denunciamos la criminalizació n de la lucha de los movimientos campesinos indígenas de todo el país que luchamos en defensa de la vida campesina indígena y nuestros territorios.

/>Ante esta situación, haremos valer nuestros legítimos derechos para liberar a los compañeros detenidos.

/>Contactos: 0385-154110597

0385-154814932

03843-15456352

03843-421195

/> /> />MOVIMIENTO CAMPESINO DE SANTIAGO DEL ESTERO-VÍA CAMPESINA

/>MOVIMIENTO NACIONAL CAMPESINO INDÍGENA





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viernes, 11 de mayo de 2007

Biocombustibles: el porvenir de una ilusión



x Atilio Boron

[Ayer Fidel comentaba esta ponencia, que hoy presentamos en su totalidad] Los publicistas e ideólogos del capitalismo celebran lo que es presentado como el descubrimiento de una inesperada fuente de Juvencia: los biocombustibles.

Destinados a independizarlo de la fugacidad histórica del petróleo y los hidrocarburos y a garantizarle una vida eterna de extravagantes derroches mediante la fabricación de combustibles a partir de productos hasta ahora utilizados para la alimentación de los humanos.

El júbilo es compartido por Bush y Lula de manera principal -así como por la mayoría de los gobiernos europeos y algunos del Sur- que se ilusionan con montarse sobre una tendencia que, supuestamente, resolvería para siempre los problemas derivados de las profundas tendencias al ecocidio que caracterizan al capitalismo.

Leer ponencia completa

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jueves, 10 de mayo de 2007

Debate por la Energia.

x Fidel Castro



Atilio Boron, un prestigioso pensador de izquierda que hasta hace poco dirigió el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), escribió un artículo para el VI Encuentro Hemisférico de Lucha contra los TLC y por la Integración de los Pueblos, recién concluido en La Habana, que tuvo la amabilidad de enviarme acompañado de una carta.



La esencia de lo que escribió y he sintetizado a partir de párrafos y frases textuales de su propio artículo, fue lo siguiente:



Sociedades precapitalistas ya conocían el petróleo que afloraba en depósitos superficiales y lo utilizaban para fines no comerciales, como la impermeabilización de los cascos de madera de las embarcaciones o de productos textiles, o para la iluminación mediante antorchas. De ahí su nombre primitivo: “aceite de piedra”.



A finales del siglo XIX ?luego de los descubrimientos de grandes yacimientos en Pennsylvania, Estados Unidos, y de los desarrollos tecnológicos impulsados por la generalización del motor de combustión interna? el petróleo se transformó en el paradigma energético del siglo XX.



La energía es concebida como una mercancía más. Tal como lo advirtiera Marx, esto no ocurre debido a la perversidad o insensibilidad de este o aquel capitalista individual, sino que es consecuencia de la lógica del proceso de acumulación, que tiende a la incesante “mercantilización” de todos los componentes, materiales y simbólicos, de la vida social. El proceso de mercantilización no se detuvo en los humanos y simultáneamente se extendió a la naturaleza: la tierra y sus productos, los ríos y las montañas, las selvas y los bosques fueron objeto de su incontenible rapiña. Los alimentos, por supuesto, no escaparon de esta infernal dinámica. El capitalismo convierte en mercancía todo lo que se pone a su alcance.



Los alimentos son convertidos en energéticos para viabilizar la irracionalidad de una civilización que, para sostener la riqueza y los privilegios de unos pocos, incurre en un brutal ataque al medio ambiente y a las condiciones ecológicas que posibilitaron la aparición de vida en la Tierra.



La transformación de los alimentos en energéticos constituye un acto monstruoso



El capitalismo se dispone a practicar una masiva eutanasia de los pobres, y muy especialmente de los pobres del Sur, pues es allí donde se encuentran las mayores reservas de la biomasa del planeta requerida para la fabricación de los biocombustibles. Por más que los discursos oficiales aseguren que no se trata de optar entre alimentos y combustibles, la realidad demuestra que esa y no otra es precisamente la alternativa: o la tierra se destina a la producción de alimentos o a la fabricación de biocombustibles.



Las principales enseñanzas que dejan los datos que aporta la FAO sobre el tema de la superficie agrícola y el consumo de fertilizantes son las siguientes:



· La superficie agrícola per cápita en el capitalismo desarrollado es casi el doble de la que existe en la periferia subdesarrollada: 1,36 hectáreas por persona en el Norte contra 0,67 en el Sur, lo que se explica por el simple hecho de que la periferia subdesarrollada cuenta con cerca del 80 por ciento de la población mundial.



· Brasil se encuentra muy levemente por encima de la tierra agrícola per cápita de los países desarrollados. Resulta evidente que este país deberá destinar ingentes extensiones de su enorme superficie para poder cumplir con las exigencias del nuevo paradigma energético.



· China y la India cuentan con 0,44 y 0,18 hectáreas por persona respectivamente.



· Las pequeñas naciones antillanas, tradicionalmente dedicadas al monocultivo de la caña de azúcar, muestran con elocuencia los efectos erosionantes de la misma, ejemplificados en el extraordinario consumo por hectárea de fertilizantes que se requiere para sostener la producción. Si en los países de la periferia la cifra promedio es de 109 kilogramos de fertilizantes por hectárea (contra 84 en los capitalistas desarrollados), en Barbados es de 187,5, en Dominica 600, en Guadalupe 1,016, en Santa Lucía 1,325 y en Martinica 1,609. Quien dice fertilizantes dice consumo intensivo de petróleo, de modo que la tan mentada ventaja de los agroenergéticos para reducir el consumo de hidrocarburos parece ser más ilusoria que real.



La totalidad de la superficie agrícola de la Unión Europea apenas alcanzaría a cubrir el 30 por ciento de las necesidades actuales ?no las futuras, previsiblemente mayores? de combustibles. En Estados Unidos, para satisfacer la demanda actual de combustibles fósiles sería necesario destinar a la producción de agroenergéticos el 121 por ciento de toda la superficie agrícola de ese país.



En consecuencia, la oferta de agrocombustibles tendrá que proceder del Sur, de la periferia pobre y neocolonial del capitalismo. Las matemáticas no mienten: ni Estados Unidos ni la Unión Europea tienen tierras disponibles para sostener al mismo tiempo un aumento de la producción de alimentos y una expansión en la producción de agroenergéticos.



La deforestación del planeta podría ampliar (aunque sólo por un tiempo) la superficie apta para el cultivo. Pero eso sería tan sólo por unas pocas décadas, a lo sumo. Esas tierras luego se desertificarían y la situación quedaría peor que antes, exacerbando aún más el dilema que opone la producción de alimentos a la de etanol o biodiésel.



La lucha contra el hambre ?y hay unos 2 mil millones de personas que padecen hambre en el mundo? se verá seriamente perjudicada por la expansión de la superficie sembrada para la producción de agroenergéticos. Los países en donde el hambre es un flagelo universal atestiguarán la rápida reconversión de la agricultura tendiente a abastecer la insaciable demanda de energéticos que reclama una civilización montada sobre el uso irracional de los mismos. El resultado no puede ser otro que el encarecimiento de los alimentos y, por lo tanto, el agravamiento de la situación social de los países del Sur.



Además, cada año se agregan 76 millones de personas a la población mundial, y como es obvio demandarán alimentos, que serán cada vez más caros y estarán fuera de su alcance.



Lester Brown, en The Globalist Perspective, pronosticaba hace menos de un año que los automóviles absorberían la mayor parte del incremento en la producción mundial de granos en el 2006. De los 20 millones de toneladas sumadas a las existentes en el 2005, 14 millones se destinaron a la producción de combustibles, y solo 6 millones de toneladas para satisfacer la necesidad de los hambrientos. Este autor asegura que el apetito mundial por combustible para los automóviles es insaciable. Se prepara, concluía Brown, un escenario en el cual deberá necesariamente producirse un choque frontal entre los 800 millones de prósperos propietarios de automóviles y los consumidores de alimentos.



El demoledor impacto del encarecimiento de los alimentos, que se producirá inexorablemente en la medida en que la tierra pueda ser utilizada para producirlos o para producir carburante, fue demostrado en la obra de C. Ford Runge y Benjamin Senauer, dos distinguidos académicos de la Universidad de Minnesota, en un artículo publicado en la edición en lengua inglesa de la revista Foreign Affairs, cuyo título lo dice todo: “El modo en que los biocombustibles podrían matar por inanición a los pobres”.



Los autores sostienen que en Estados Unidos el crecimiento de la industria del agrocombustible ha dado lugar a incrementos no solo en los precios del maíz, las semillas oleaginosas y otros granos, sino también en los precios de los cultivos y productos que al parecer no guardan relación. El uso de la tierra para cultivar el maíz que alimente las fauces del etanol está reduciendo el área destinada a otros cultivos. Los procesadores de alimentos que utilizan cultivos como los guisantes y el maíz tierno se han visto obligados a pagar precios más altos para mantener los suministros seguros, costo que a la larga pasará a los consumidores. El aumento de los precios de los alimentos también está golpeando las industrias ganaderas y avícolas. Los costos más altos han provocado la caída abrupta de los ingresos, en especial en los sectores avícola y porcino. Si los ingresos continúan disminuyendo, la producción también lo hará y aumentarán los precios del pollo, pavo, cerdo, leche y huevos. Advierten que los efectos más devastadores de la subida del precio de los alimentos se sentirán especialmente en los países del Tercer Mundo.



Un estudio de la Oficina Belga de Asuntos Científicos demuestra que el biodiésel provoca más problemas de salud y de medio ambiente porque crea una polución más pulverizada y libera más contaminantes que destruyen la capa de ozono.



En relación con el argumento de la supuesta benignidad de los agrocombustibles, Víctor Bronstein, profesor de la Universidad de Buenos Aires, ha demostrado que:



· No es verdad que los biocombustibles sean una fuente de energía renovable y perenne, dado que el factor crucial en el crecimiento de las plantas no es la luz solar sino la disponibilidad de agua y las condiciones apropiadas del suelo. Si no fuera así, podría producirse maíz o caña de azúcar en el desierto de Sahara. Los efectos de la producción a gran escala de los biocombustibles serán devastadores.



· No es cierto que no contaminan. Si bien el etanol produce menos emisiones de carbono, el proceso de su obtención contamina la superficie y el agua con nitratos, herbicidas, pesticidas y desechos, y el aire, con aldehídos y alcoholes que son cancerígenos. El supuesto de un combustible “verde y limpio” es una falacia.



La propuesta de los agrocombustibles es inviable y, además, inaceptable ética y políticamente. Pero no basta con rechazarla. Estamos convocados a implementar una nueva revolución energética, pero al servicio de los pueblos y no de los monopolios y del imperialismo. Ese es, tal vez, el desafío más importante de la hora actual, concluye Atilio Borón.



Como pueden apreciar, la síntesis llevó espacio. Hace falta espacio y tiempo. Prácticamente un libro. Se afirma que la obra cumbre que hizo famoso al escritor Gabriel García Márquez, Cien Años de Soledad, exigió de él cincuenta cuartillas por cada cuartilla enviada a la imprenta. ¿Cuánto tiempo necesitaría mi pobre pluma para refutar a los defensores de la idea siniestra por interés material, por ignorancia, por indiferencia, o a veces por las tres cosas a la vez, y divulgar los sólidos y honestos argumentos de los que luchan por la vida de la especie?



Hay opiniones y puntos de vista muy importantes que se vertieron en el Encuentro Hemisférico de La Habana. Habrá que hablar de los que trajeron la imagen real del corte manual de caña en un documental que parece reflejar el infierno de Dante. Un número creciente de opiniones se vierten todos los días por todos los medios en todas partes del mundo, desde instituciones como Naciones Unidas hasta las sociedades nacionales de científicos. Veo simplemente que se intensifica el debate. El hecho de que se discuta sobre el tema es ya un importante avance.



Fidel Castro Ruz

9 de mayo del 2007

5:47 p.m.

Cubadebate





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