En mi opinión, puede ser demasiado arriesgado comparar los cambios en mejora genética de los últimos 20 años con los producidos en los últimos diez mil. Es evidente que los grandes cambios se producen ahora, tanto en el clima como en la mejora genética.
Por ejemplo, la media de emisiones de carbono de un estadounidense es ahora de 5.500 kilos al año, mientras que en los últimos diez mil años ha sido de 35 kilos.
En lo que respecta a la mejora genética, los cambios también son ahora brutales. Como muestra un botón, la doctora en Ciencia Animal Temple Grandin relata en su libro "Interpretar a los Animales", la reciente aparición en granjas avícolas americanas de gallos que, en su "mejora genética", han perdido el hábito del cortejo y cuando ven una gallina la atacan y la matan.
También la aparición en las granjas de pollos con las patas rotas por el excesivo peso, es una consecuencia de la mejora genética. Estas consecuencias son inéditas en la historia de miles de años de ganadería. Jamás han existido pollos asesinos ni pollos cojos en los procesos de mejora de razas avícolas.
Respecto a los organismos genéticamente modificados, existen indicadores que señalan nuevos efectos colaterales de las semillas transgénicas. México, cuna del maíz, tuvo que soportar la bioinvasión en sus cultivos tradicionales de genes extraños introducidos por las exportaciones de los Estados Unidos.
El peligro de la desaparición de la biodiversidad y la pérdida de fertilidad del suelo son consecuencias colaterales de la agroindustria que representan los transgénicos. Una agricultura que ya ha convertido cientos de hectáreas de suelo fértiles de los valles de California en eriales. Sin ir tan lejos, se calcula que el 16% del suelo agrícola de Andalucía se ha perdido como consecuencia de la agricultura industrial.
Asimismo, hoy persisten las dudas sobre las consecuencias sanitarias de los transgénicos, a pesar de que multinacionales como Monsanto o Bayer miran con malos ojos las precauciones que hemos tomado más de 50 regiones europeas, incluida la Comunidad Autónoma del País Vasco, al prohibir el cultivo de dichas semillas. Estos cultivos han crecido un 20% en 2004 respeto a los años anteriores y hoy los alimentos que todos consumimos tienen ingredientes genéticamente modificados.
Pese al desarrollo y extensión de los OGM, soja, arroz, maíz y trigo, fundamentalmente, y sus supuestas bondades, la cantidad de personas que padece hambre pasó de 834 a 852 millones entre 1995 y 2002. El objetivo del Milenio, reducir el nivel de pobreza de 1990 a la mitad en 2015, empieza a ser una quimera.
El hambre en el planeta no se soluciona con la agricultura transgénica que representan lo países ricos, sino con la eliminación de la deuda externa y con la soberanía alimentaria de los países en vías de desarrollo.
Los beneficios del libre mercado que defienden los grandes partidos de la derecha y de la socialdemocracia parecen concentrarse en las 691 personas más ricas del planeta, mientras que quien vive de la agricultura tradicional en los países en desarrollo sufre constantes agresiones por parte de Estados Unidos y la Unión Europea, que protegen sus producciones y no permiten a lo pobres que definan su política agrícola.
Pero esta situación se puede agravar aún más si la Unión Europea impone sus acuerdos agrícolas a los países de África, Caribe y Pacífico para el 2008. Estos acuerdos harían competir al cerealero de trangénicos francés, que cosecha de promedio 1.000 toneladas de trigo por explotación, con el agricultor africano que apenas produce una tonelada de mijo biológico, cuando, además, el primero recibe unos 56.000 euros de ayuda directa y, el segundo, nada.
Hoy, las multinacionales propietarias de las semillas transgénicas, están dispuestas a conquistar los mercados externos y a marginar a la agricultura campesina. Se está destruyendo un modelo agrícola social y ecológicamente sostenible basado en pequeñas explotaciones familiares y concentrado en el mercado interno.
Frente a quien mantiene que la agricultura ecológica es un capricho de niños ricos, nosotros sostenemos que el capricho de los niños ricos es el de aumentar la cuenta de resultados de sus empresas, a costa de destruir personas y ecosistemas en países en vías de desarrollo, y que la mayor perversidad es hacerlo en nombre de la humanidad.
Patxi Coira es portavoz de Ezker Batua-berdeak en juntas generales de Gipuzkoa
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