lunes, 26 de mayo de 2008

El Verbo expropiado por el capital privado



Por León Rozitchner*

Se da como cierto que los medios de comunicación –cuarto poder se definen, orondos, a sí mismos– son un poder sagrado, inamovible y absoluto, cuando en realidad son el producto de una expropiación del espacio público convertido en privado. Se presentan como si fueran el fundamento del poder democrático siendo exactamente lo contrario: su acceso está vedado a las diversas corrientes de expresión de la ciudadanía. Forman parte de una estrategia neoliberal mundial –el capital financiero internacional– que compró el dominio de la “opinión pública” al expropiar los medios de ejercerla. Basta leer los diarios importantes del mundo: todos están defendiendo lo mismo diciendo lo mismo con las mismas palabras. Su propiedad en nuestro país es tan espuria como el origen de la propiedad de la tierra: aliados del terror y del genocidio. (No olvidemos: una exigencia del poder militar en su ultimátum a Alfonsín requería que la televisión en manos del Estado fuese privatizada: entregada a los grupos financieros en cuyo nombre dieron el golpe.) ¿Podemos hacernos los ingenuos y seguir ignorando que es necesario, para que democracia realmente haya, que los medios sean abiertos a todas las perspectivas de la ciudadanía? ¿Ocultarnos que el éter es un espacio material público que forma parte de la soberanía argentina, isomorfo con su geografía? Como si el golpe de los grandes dueños de la tierra, y los financistas que la convirtieron en fondo de inversión, no formara parte del plan desestabilizador de su estrategia política. ¿No exige entonces, por parte del poder político, nuevas “retenciones” sobre lo que han acaparado para dejarnos hambreados de saber, escuálidos de conocimientos, ignorantes sobre lo que estamos viviendo? Para poder dejarnos sin alimentos los media tuvieron previamente que dejarnos sin palabras. Para decirlo brevemente: el golpe de Estado mediático de los grandes dueños de la tierra habría sido imposible sin el poder de los grandes dueños de los media.

Todos discuten si fue o no fue un golpe. Lo importante, creo, es que el fantasma de un golpe de Estado, real o fantaseado, es lo que el poder de los medios necesita despertar para que nuevamente los habitantes se rindan a las fuerzas del mercado. Vuelven a suscitar otra vez el fantasma del terror represivo desde aquellos que estaban en el estrado gualeguaychino: la Sociedad Rural, Carbap, Coninagro, la nueva pequeña burguesía de la Federación Agraria y, como si faltara algo para cerrar esta pastoral política que ya había ubicado a la derecha a una mujer de izquierda, lo inesperado: un cura paisano desde este extraño púlpito implorando a una nueva figura sagrada, a la Virgen Gaucha, rezando todos juntos un Padre Nuestro –mientras le extraen a la Tierra Madre todos sus nutrientes hasta dejarla exhausta–. Eso sí: ningún “negro” trabajador en negro los acompañaba.

Este golpe de “los dueños de la tierra” –expresión acuñada por David Viñas– no habría sido posible sin el apoyo cómplice y monopólico de los media. El monopolio del poder mediático fue primero aliado de la dictadura genocida, junto con el poder económico y el religioso. Aliado que sirvió, y sigue sirviendo, para desactivar el espacio corporal y subjetivo de la ciudadanía: impedir que pueda tomar conciencia y cuerpo sobre la verdad de lo que nos pasa. Son el instrumento de la “dictadura del saber único” en el del dominio económico y político de la globalización financiera. Son los que han ido modelando la conciencia y el imaginario, las pocas valencias libres que el pavor del genocidio había dejado disponibles en los sujetos aterrados de la ciudadanía.

Los que valoramos a la palabra como ejercicio privilegiado de una actividad de intercambio social por excelencia, que se define como “el habla”, la “lengua” o “el pensamiento”, base de la humanización que define nuestro ser o no ser hombres, hemos sido despojados de su uso social y hemos sido excluidos del espacio público. Nos han limitado, ante el avance técnico de las comunicaciones, a ejercerla sólo en los ámbitos restringidos abiertos hace siglos por la galaxia Gutemberg: a los libros y a la revistas especializadas que sólo son legibles para un público minoritario. En pocas palabras: hemos sido expropiados y expulsados del espacio social publico, nos han despojado del derecho humano de la expresión escrita o hablada. Es como si todos debieran leer un único libro: el que ellos escriben. La verdad circula sólo por lo que ellos permiten que se exprese y sus empleados –periodistas se llaman– repiten o dicen lo que el patrón les manda: en los media ha triunfado la dictadura del propietariado.

El papel de los “intelectuales”. ¿Es posible que la universidad argentina, donde se elabora el saber “objetivo” y “científico” del conocimiento –el saber de los argentinos sobre nosotros mismos–, no tenga ni un canal de TV para difundir, en cada caso, un “saber” verdadero sobre cada circunstancia política, económica, técnica y social que es su función pedagógica innegable? ¿Debemos seguir aceptando que la función pedagógica para las grandes mayorías haya sido delegada en los grupos financieros que la organizan en provecho propio desde los media? Si rechazamos la privatización de la enseñanza por sectaria –que fue avanzando sobre todo luego de los golpes militares y económicos–, ¿podemos aceptar que el espacio público de la comunicación social siga expropiado por el capital privado?

No se trata entonces sólo de salir a decir que la tierra forma parte de un todo más amplio que es la nación misma. Habría que decir también que el “espacio” de los media es propiedad de la nación, de esa misma tierra etérea por donde la comunicación circula, que también su soberanía nos fue expropiada por los sucesivos golpes militares y económicos. El golpe económico del campo se apoya en la supervivencia, sobre la estela del golpe militar del ’76: la amenaza del hambre se inscribe en la misma línea moral genocida que la amenaza de extermino de la vida. Y que si una buena parte de la ciudadanía está confundida y ya no entiende nada es porque esos mismos medios van cotidianamente ablandando y configurando el imaginario y la conciencia de la población argentina, que termina pensando contra sí misma.

Lo extraño es que recién, por primera vez desde los medios, la presidenta de la República –y porque accedió a ellos en un momento culminante– aparezca exponiendo masivamente un saber antes cautivo, y le comunique a toda la población una parte de la trama trenzada de los intereses turbios, hasta ese momento desconocida para la mayoría de los argentinos: ligar el genocidio militar con los media y con la economía. Intereses que están en juego nuevamente en este momento crucial en que el poder económico quiere sitiar al gobierno democrático para volver a despojarnos de lo poco ganado, y cuando todavía falta tanto. Y no es extraño que una ilustrada figura universitaria, prohijada por los media, le contestara para amonestarla: “No era el momento adecuado para que la presidenta de la República esbozara su tesis historiográfica sobre la complicidad de cualquier sector de la producción agraria con el golpe militar”. Está claro: la “verdad” no es para que la sepa la mersa, sólo debe quedar circunscripta a las “tesis” de la academia universitaria. Que aparezca difundida desde el discurso de la primera figura política en la democracia, y sea difundida por los medios... ése es el pecado. Y nos está dando el ejemplo de aquello que los escritores debemos rendir para acceder a los medios públicos: sólo si aceptamos que la verdad llamada académica quede, clandestina, dentro de los claustros. Si renunciamos a decirla en público.

Esperemos que el Verbo, propiedad privada de los media, no sirva sólo de responso para una conciencia nacional difunta.

* Filósofo.

Publicada el 7 de abril de 2008.

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