miércoles, 30 de noviembre de 2005

¿Educamos o domesticamos?

x Clajadep - [ 29.11.05 - 11:03 ] José Del Grosso

Nuestro sistema educativo tanto público como privado, laico como católico,
sigue domesticando.

Educar es todo lo contrario a lo que, en general y por décadas, se viene
haciendo en nuestro sistema educativo. El verbo educar (eduxere) expresa la
acción de sacar de dentro hacia fuera y para nada significa: "inculcar,
meter… hábitos, ideas, datos, instrucciones…".

Educar expresa el proceso de orientar y guiar el proceso de expansión de la
consciencia, del darnos cuenta, de verbalizar y exteriorizar lo que venimos
conscientizando a través de la experiencia y de nuestras relaciones con los
demás, mientras simultáneamente, se estimula el desarrollo de las
potencialidades latentes en cada uno de nosotros para que se hagan
manifiestas.

Sin embargo, en lugar de ello, en general, en la práctica, nuestro sistema
educativo niega la consciencia porque no le parece un término científico,
niega en la práctica la vida psíquica porque le parece algo esotérico; y se
regodea en la vanagloria del discurso de la ideología científica, para
justificar su proceso de domesticación y afirmar que la ciencia y la
tecnología contribuyen a facilitar el que: "Los alumnos metan conocimientos
en su cerebro voluntariamente, con el fin de que cultiven aquellas
cualidades personales que mejor se cotizan en el mercado de trabajo".

Toda esa ciencia y tecnología empleada en lo que supuestamente está al
servicio del proceso educativo en esencia niega al SER, la consciencia, los
estados de consciencia y la vida psíquica porque no son: "ni observables, ni
controlables, ni medibles.

Nuestra educación no enseña a vivir, a convivir, a observar, a escuchar, a
ver, a pensar, a cuidar nuestro cuerpo, a convertir en aprendizaje y
conocimientos nuestra experiencia…, sino que nos enseña a re-accionar, a
actuar de manera similar cada vez que nos hallamos frente a circunstancias
parecidas.

En este sentido la educación quiere objetos pasivos que re-accionen, no que
"accionen". Quiere objetos que memoricen información y datos
descontextualizados y sin referencia a la propia experiencia, sin preguntar,
sin cuestionar, sin contrastarlos con lo que pasa en la vida, con los
propios sentimientos…

No podemos seguir cerrando los ojos con el cuento de la ciencia y la
tecnología que contribuye a la educación, porque esa ciencia piensa que el
mundo es una máquina perfecta, que el ser humano es una máquina, a la cual
hay que arreglarle unos detalles de personalidad poco convenientes para la
producción, y darle instrucciones programadoras para que funcione bien en el
ámbito de la producción y el mercado. Tampoco podemos aceptar, esa
separación esquizofrénica de sujeto y objeto, donde el docente es sujeto:
"el que sabe"; y el alumno es el objeto a modelar; en nombre de unos
supuestos principios, de su propio bien y el de la sociedad.

Toda esa ciencia, toda esa tecnología que ayuda al proceso educativo,
domestica, colabora en que el objeto, el alumno, se limite a re-accionar en
los términos que descubrieron Pavlov y Skinner. Los dos grandes estímulos de
la educación son la recompensa y el castigo. Si no hace esto y aquello
"pre-establecido" será castigado, si lo hace recibirá elogios y será
aceptado socialmente.

La educación deja de ser entonces un proceso que se aleja de las tendencias
naturales del Hombre, que a través del juego, la curiosidad, la exploración,
la duda, el usar la imaginación para plantearse hipótesis, es capaz de
hacerse consciente, de aprender y elaborar conocimientos…; para convertirse
en una rutina aburrida, que cansa, que no interesa a nadie y se hace lo que
se puede para salir al paso.

El resultado de asistir a la escuela durante años semeja entonces más a un
laborioso y costoso lavado de cerebro, de "meter en la mente", que a un
proceso de "sacar".

En la práctica, lo que nuestro sistema educativo llama aprendizaje, no es
más que la ejercitación de la capacidad de retención de datos, y lo que
llamamos medición de los aprendizajes, no es otra cosa que una medida de la
capacidad de recordar los datos impuestos o de seguir secuencias bajo
estrés, lo que al fin y al cabo importa muy poco, porque en la práctica los
educandos no van a la escuela a aprender, sino a cumplir voluntariamente con
unos requisitos para sacar una licencia.

Lo que hemos llamado explícitamente proceso educativo, implícitamente no es
más que un literal proceso de enajenación que tiene graves consecuencias
para la salud mental del alumno, del docente y, por extensión, para la
sociedad.

Enajenar significa sustituir el contacto emocional y mental consciente con
la realidad, con la experiencia, con lo concreto…; con abstracciones, ideas,
racionalidad…, con una supuesta objetividad…; y en nuestro sistema
educativo, precisamente, durante décadas, hemos venido haciendo esta
sustitución, hemos hecho que las palabras pierdan su concreción; siendo el
resultado una negación a involucrarse, interesarse, relacionarse, tomar
contacto consigo mismo, con los demás y con la naturaleza.

De esta manera, todos sentimos y mostramos desapego, apatía, indiferencia,
porque nuestra educación nos vincula con el mundo a través de ideas que se
nos han vuelto más reales que la realidad misma, que la sustituyen, que
sugieren lo que debería ser, lo que es bueno y normal, que comparan y que
son lejanas a la experiencia, a la vivencia auténtica del aquí y ahora.

Y todo ello es una desgracia porque más nos conmueve y nos hace lloriquear
cualquier escena de una telenovela, de una película, que el saber que en
este momento en el mundo cada segundo muere un niño de hambre, que en este
momento un soldado estadounidense dispara al pecho de un niño y lo destroza…
Ese es el resultado de nuestra educación, de una educación que aleja de la
realidad, que impide amar, que vuelve impopular a quien muestra la realidad,
porque se nos ha enseñado a sentir miedo de tocar la realidad de manera
cercana.

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