jueves, 31 de julio de 2008

Enigmas y desafíos tras el conflicto

La cultura de las clases medias



Ana Wortman *



Entre los múltiples temas que salieron a la luz junto con el
larguísimo conflicto que se desató en la Argentina a propósito de la
implementación de las retenciones móviles estuvieron presentes, en
forma intermitente, las enigmáticas clases medias argentinas.



En las formas de representación de la realidad promovidas por los
medios, en particular televisivos, las clases medias opinaron
generalmente en contra de la medida, descalificándola más a partir de
supuestas actitudes personales de la Presidenta que del contenido
conceptual de la ley: el sentido común estuvo a la orden del día.



Esta sumatoria de tergiversaciones y prejuicios suscitadas a partir
de una medida económica sectorial nos invita a formularnos una sucesión
de preguntas. ¿Por qué las clases medias en general se pusieron del
lado del mediáticamente llamado “campo”? ¿Por qué descalifican más a
los malos dirigentes de los sectores populares que a los dirigentes de
las organizaciones de poder económico? ¿Qué hay en la imagen de CFK que
despierta tantas pasiones, negativas en su mayoría? ¿Por qué los medios
de comunicación, en su mayoría, se apoyan en un cierto sentido común de
las clases medias para erosionar el consenso al Gobierno legítimamente
elegido en 2007? ¿Por qué se adopta un tono moral para reivindicar a
las clases medias como exponentes de la libertad de conciencia y
descalificar por inmorales a los sectores populares “manipulados” que
asisten a los actos del Gobierno? Responder a todas estas preguntas
supondría la realización de una serie de investigaciones, aquí sólo
vamos a hacer referencia a una hipótesis en torno de la primera
pregunta: la adhesión casi primitiva al “no” de Cobos, como ejemplo de
la libertad individual y de no sumisión, y la identificación primaria
con la convocatoria de la Mesa de Enlace en el Monumento de los
Españoles en contra del debate parlamentario junto con las clases
sociales que aquélla representa: las viejas y nuevas clases dominantes.



Es notable –o no tanto para mis ojos de socióloga– el
posicionamiento ideológico explícito de estas nuevas clases medias en
relación con el conflicto entre el Gobierno y entidades rurales
representativas de intereses más poderosos, ya que en realidad esta
medida poco tenía que ver directamente con ellas. Lo más llamativo de
este enfrentamiento es la presencia mediática de los menos afectados.
Eduardo Buzzi y Alfredo De Angeli, de la Federación Agraria Argentina y
de la FAA de Entre Ríos, respectivamente, concitaron la atención de las
clases medias urbanas y del campo, a partir de su apelación constante y
confusa a los llamados pequeños productores y su aparente situación
diferente con respecto al resto.



Es importante recordar que la clase media argentina se constituyó a
partir de singulares procesos de movilidad social ascendente posibles
por la existencia de un Estado que garantizó la educación, la salud y
la seguridad social. Es decir que su historia no puede deslindarse de
su relación con el Estado. También fueron las clases medias en
consonancia con procesos políticos de intensa conflictividad social las
que participaron en proyectos de cambio político y renovación de
numerosos planos de la vida social y cultural.



Las numerosas clases medias, con altos estándares de bienestar, las
más educadas en términos de inserción en el sistema educativo formal
medio y universitario, la más importante de América latina, comenzaban
a fragmentarse, en una sociedad que tendía crecientemente a la
polarización. Debe destacarse en su singularidad su particular
vinculación con los proyectos e iniciativas culturales renovando y
democratizando la formación de públicos del arte en general.



La Argentina supo tener un vastísimo público de cine, formó
tempranamente un masivo público lector ávido de consumir propuestas
culturales, a la vez que sensible a los problemas sociales. Este
proceso adoptó un giro negativo a partir de 1975. El debilitamiento del
Estado, en un contexto del creciente imperio del mercado, incidió en la
disminución, fragmentación y emergencia de nuevas cosmovisiones de
mundo. La creciente derechización del gobierno peronista de 1974 que
finalizó en el golpe militar de 1976 detuvo este proceso de innovación
y cambio cultural. Por su parte, la fuerte oposición a la medida en
cuestión supone la emergencia de un nuevo ethos, una creencia fuerte en
que los proyectos personales deben centrarse casi exclusivamente en
ganar dinero y construir un estilo de vida, como diría Bourdieu,
fundado en el “deber del placer” y que se manifiesta como rechazo a la
intervención del Estado en la regulación del orden social.



Los años ‘90 consagraron lo que ya se había iniciado durante la
dictadura. De una sociedad progresista no sólo en el ámbito de la vida
cotidiana, sino en el sentido original de la palabra, de una sociedad
que vinculaba las transformaciones progresivas en la vida cotidiana con
el logro de cambios sociales, se pasó a una sociedad profundamente
individualista, donde el valor, el sentido subjetivo de la acción ya no
estaría puesto en valores, muchos de ellos vinculados con la cultura y
la solidaridad con lo más desposeídos, sino en el logro de objetivos
materiales. Históricamente, ser progresista no suponía acceder a cierto
tipo de consumos y estilos de vida, sino que fundamentalmente se
sostenía en el valor de la emancipación no sólo de la clase, sino del
conjunto social. Como dice Bauman, el consumo produce individuos, no
genera lazos sociales.



Es sabido que durante la crisis de 2001 las clases medias ocuparon
la escena política, social, mediática y sociológica como nunca antes en
la historia argentina. Profundamente denostadas por la literatura
ensayística de corte nacionalista, estudiadas sistemáticamente por
primera vez por Gino Germani y abandonadas después por un exceso de
interés por las clases populares, retornan definitivamente, pero ahora
con manifestaciones y representaciones diferentes. Si históricamente la
Argentina se pensó y se imaginó a sí misma como un país de clase media,
este imaginario parecía estar cayéndose.



Contrariamente a lo que suele afirmar alguna literatura que evalúa
los acontecimientos trágicos de 2001 como la manifestación de un
sentido renovado de la acción política frente a la crisis de los
partidos, las identidades y formas de representación, la salida de las
clases medias a la calle no supuso una acción política del estilo de
los ’60 y ’70 en consonancia con proyectos colectivos: salieron a
defender sus ahorros, salieron a defender cierta irracionalidad del
consumo en un país semidesarrollado, una clase media ilógicamente
endeudada. Y esto es lo que los medios aplaudieron en ese momento, como
“espontaneidad” de las acciones de las clases medias, frente a las
“manipuladas” e “irracionales” acciones de las clases populares.



Hacer de una sociedad una sociedad exclusivamente consumista incidió
en la despolitización y desinvolucramiento de las cuestiones públicas,
como lo demuestran el decreciente nivel de participación en los actos
eleccionarios. El consumismo está lejos de la participación política,
no produce sujetos colectivos. Se podría afirmar que las clases medias
han sido cooptadas en lo imaginario por las clases altas, en un proceso
inverso al iniciado en los albores del siglo XX. La hegemonía cultural,
en el sentido gramsciano de dirección cultural e intelectual, parece
haber sido recuperada por las clases dominantes en todas sus versiones.
De todos modos, para no ser fatalistas ni apocalípticos, aún siguen
manifestándose en formas fragmentarias aspectos emprendedores de las
clases medias en el plano cultural en forma autogestionada. Cierto
capital social producido por varios años de acumulación de proyectos e
iniciativas culturales vuelve a reaparecer, con contenidos renovados
que dan cuenta de una cierta reserva cultural sobre la que vale la pena
trabajar y recomponer sentidos transgresores del orden social
excluyente y un orden político destituyente.



* Socióloga, profesora de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).

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