Un joven que decía NO al racismo con su presencia en la calle
C. J. P. 16 años
Luis Sepúlveda
blogs.publico.es
La noticia hacía referencia a ciertos desórdenes en Legazpi y a la muerte de un menor individualizado con las consonantes CJP, de tan sólo 16 años. La noticia le usurpaba el nombre a Calos Javier Palomino y omitía que a los 16 años se es todo, porque esa es la edad de los mejores sueños, de las más nobles utopías, de la alegría y también de las responsabilidades sociales más sentidas y espontáneas. La noticia –políticamente correcta– omitía que Carlos Javier Palomino, con sus 16 años en el cuerpo, se oponía a una manifestación de claro tinte racista y convocada por una organización nítidamente fascista, cuyo lema o motivo era alimentar el odio contra los negros, contra los suramericanos, contra los magrebíes, contra los pobres, contra los emigrantes. La noticia tampoco decía –pues así lo exige la corrección política– que Carlos Javier Palomino, con sus 16 años entre el pecho y la espalda, era un joven que decía NO al racismo con su presencia en la calle, que su valor de atreverse a decir NO al odio permitido y consentido por dudosas interpretaciones judiciales era una demostración de la manera más responsable del maravilloso hecho de ser joven, ciudadano y no vasallo, hombre libre y no atado por el chantaje del “no te metas en política”.
Carlos Javier Palomino fue asesinado a los 16 años, a la edad de la primera novia, del primer pitillo, de la primera copa con los primeros amigos de sus primeras noches alegres, como son las noches y los días de las vidas que empiezan, y también de los primeros actos que definen cuál será la postura ética frente a la existencia. La suya era clara: NO al racismo, y tal vez, porque tenía 16 años, no alcanzó a percibir la hermosa carga de valores humanos, de solidaridad, fraternidad y sentido de justicia que tenía su NO rotundo gritado al rostro de los profesionales del odio.
Carlos Javier Palomino fue asesinado a la edad de las preguntas formuladas en voz alta a una sociedad cobarde que se niega a ofrecer respuestas. Y como él otros jóvenes se preguntarán de dónde saca la delegada de Gobierno esa peregrina idea de negar el motivo claramente racista del crimen, si a pocos metros del machete que se hundió en el corazón de Carlos Javier Palomino los agitadores permitidos del odio invitaban a eso, a matar al diferente.
Los jóvenes como Carlos Javier Palomino, los chicos que piensan y asumen su libertad de pensar, los que recuperan huesos, restos, historia de las fosas comunes del franquismo y devuelven el nombre a los que les dejaron por única herencia la libertad de pensar, se preguntan por qué no se ilegalizan las organizaciones neonazis, los partidos fascistas que preparan nuevos actos de fuerza al amparo de la pusilanimidad de los campeones de la corrección política.
Decir que es un hecho aislado ofende a esos jóvenes que se atreven a decir NO al racismo desde la generosidad de sus 16 años, pretender que en la agresión a una joven ecuatoriana en un vagón del metro, o la golpiza a un congoleño hasta dejarlo parapléjico son hechos desprovistos de tintes racistas es desconocer la esencia del racismo y es mentir en nombre de una corrección política que se inclina peligrosamente hacia la complicidad.
Le haría bien a la delegada del Gobierno dar una vuelta de noche por Gran Vía, escuchar el coro de insultos que reciben los emigrantes, a veces por el simple hecho de ocupar la acera, o entrar por ejemplo a un VIPS atendido generalmente por peruanas, ecuatorianas, o centroamericanas, y oír a los nuevos ricos, a los europeos con la marca de la boina todavía nítida encima de las cejas, insultarlas desde una posición de fuerza cerril y sin que nadie les diga “¿por qué no te callas?”.
La nefasta asociación de emigración con inseguridad ciudadana –fascismo puro–, los comentarios falaces a la regularización de emigrantes para contentar a los votantes de ultraderecha, los curas en la calle histéricos porque los jóvenes aprenden el abc de la ciudadanía, la negación sistemática de la derecha española a reconocer los derechos de las víctimas del franquismo, todo eso alienta y es el gran caldo de cultivo del fascismo moderno, y quienes lo alientan y toleran son, por acción u omisión, responsables del asesinato racista de Carlos Javier Palomino.
Como escribió un peruano emigrante en París, César Vallejo: “Registrándole, muerto, halláronle en su cuerpo un gran cuerpo para el alma del mundo”.
Carlos Javier Palomino tenía 16 años, se atrevió a decir NO al fascismo, y nadie, ningún rey o vasallo, le hizo callar.
* Luis Sepúlveda es escritor. Autor de Un viejo que leía novelas de amor
C. J. P. 16 años
Luis Sepúlveda
blogs.publico.es
La noticia hacía referencia a ciertos desórdenes en Legazpi y a la muerte de un menor individualizado con las consonantes CJP, de tan sólo 16 años. La noticia le usurpaba el nombre a Calos Javier Palomino y omitía que a los 16 años se es todo, porque esa es la edad de los mejores sueños, de las más nobles utopías, de la alegría y también de las responsabilidades sociales más sentidas y espontáneas. La noticia –políticamente correcta– omitía que Carlos Javier Palomino, con sus 16 años en el cuerpo, se oponía a una manifestación de claro tinte racista y convocada por una organización nítidamente fascista, cuyo lema o motivo era alimentar el odio contra los negros, contra los suramericanos, contra los magrebíes, contra los pobres, contra los emigrantes. La noticia tampoco decía –pues así lo exige la corrección política– que Carlos Javier Palomino, con sus 16 años entre el pecho y la espalda, era un joven que decía NO al racismo con su presencia en la calle, que su valor de atreverse a decir NO al odio permitido y consentido por dudosas interpretaciones judiciales era una demostración de la manera más responsable del maravilloso hecho de ser joven, ciudadano y no vasallo, hombre libre y no atado por el chantaje del “no te metas en política”.
Carlos Javier Palomino fue asesinado a los 16 años, a la edad de la primera novia, del primer pitillo, de la primera copa con los primeros amigos de sus primeras noches alegres, como son las noches y los días de las vidas que empiezan, y también de los primeros actos que definen cuál será la postura ética frente a la existencia. La suya era clara: NO al racismo, y tal vez, porque tenía 16 años, no alcanzó a percibir la hermosa carga de valores humanos, de solidaridad, fraternidad y sentido de justicia que tenía su NO rotundo gritado al rostro de los profesionales del odio.
Carlos Javier Palomino fue asesinado a la edad de las preguntas formuladas en voz alta a una sociedad cobarde que se niega a ofrecer respuestas. Y como él otros jóvenes se preguntarán de dónde saca la delegada de Gobierno esa peregrina idea de negar el motivo claramente racista del crimen, si a pocos metros del machete que se hundió en el corazón de Carlos Javier Palomino los agitadores permitidos del odio invitaban a eso, a matar al diferente.
Los jóvenes como Carlos Javier Palomino, los chicos que piensan y asumen su libertad de pensar, los que recuperan huesos, restos, historia de las fosas comunes del franquismo y devuelven el nombre a los que les dejaron por única herencia la libertad de pensar, se preguntan por qué no se ilegalizan las organizaciones neonazis, los partidos fascistas que preparan nuevos actos de fuerza al amparo de la pusilanimidad de los campeones de la corrección política.
Decir que es un hecho aislado ofende a esos jóvenes que se atreven a decir NO al racismo desde la generosidad de sus 16 años, pretender que en la agresión a una joven ecuatoriana en un vagón del metro, o la golpiza a un congoleño hasta dejarlo parapléjico son hechos desprovistos de tintes racistas es desconocer la esencia del racismo y es mentir en nombre de una corrección política que se inclina peligrosamente hacia la complicidad.
Le haría bien a la delegada del Gobierno dar una vuelta de noche por Gran Vía, escuchar el coro de insultos que reciben los emigrantes, a veces por el simple hecho de ocupar la acera, o entrar por ejemplo a un VIPS atendido generalmente por peruanas, ecuatorianas, o centroamericanas, y oír a los nuevos ricos, a los europeos con la marca de la boina todavía nítida encima de las cejas, insultarlas desde una posición de fuerza cerril y sin que nadie les diga “¿por qué no te callas?”.
La nefasta asociación de emigración con inseguridad ciudadana –fascismo puro–, los comentarios falaces a la regularización de emigrantes para contentar a los votantes de ultraderecha, los curas en la calle histéricos porque los jóvenes aprenden el abc de la ciudadanía, la negación sistemática de la derecha española a reconocer los derechos de las víctimas del franquismo, todo eso alienta y es el gran caldo de cultivo del fascismo moderno, y quienes lo alientan y toleran son, por acción u omisión, responsables del asesinato racista de Carlos Javier Palomino.
Como escribió un peruano emigrante en París, César Vallejo: “Registrándole, muerto, halláronle en su cuerpo un gran cuerpo para el alma del mundo”.
Carlos Javier Palomino tenía 16 años, se atrevió a decir NO al fascismo, y nadie, ningún rey o vasallo, le hizo callar.
* Luis Sepúlveda es escritor. Autor de Un viejo que leía novelas de amor
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