viernes, 30 de noviembre de 2007

La campaña por el no en Venezuela y las fantasías extraterrestres

¡Que vienen los comunistas!

Javier Mestre
Rebelión

Alejandro Peña Esclusa, de la organización “Fuerza Solidaria”, resume con toda crudeza en su anuncio televisivo el fondo de la campaña de la derecha oligárquica contra el proyecto de reforma constitucional que se vota el domingo 2 de diciembre en Venezuela: “Si se aprueba esta reforma constitucional perderemos la democracia y la libertad; nuestros hijos ya no serán nuestros, sino que serán adoctrinados con las ideas del Che Guevara, de Fidel Castro, del castro comunismo (sic)”. Esta voz de la oposición más visceral al proceso bolivariano se atreve a denunciar que por mucho que el sistema se disfrace de socialista será, en realidad, comunista, y el pueblo venezolano deberá luchar sin descanso hasta acabar con el proyecto de enmienda de la carta magna propugnado por el Presidente Chávez. “Vamos a perder todo lo que somos”, dice Peña, porque vuelve... ¡La invasión de los ultracuerpos!

Esa curiosa película estadounidense de ciencia ficción de 1956 [título original: “The invasion of the body snatchers”] mostraba un relato mítico que nos remite al imaginario acerca del comunismo que históricamente tanto se han esforzado en construir las oligarquías del mundo. Unos extraterrestres dejan en la Tierra unas judías gigantes que incuban en su interior un doble exacto del ser humano durmiente junto al que se sitúan... Bueno, aparentemente exacto, porque el nuevo bicho carece por completo de sentimientos y suplanta rápidamente al original. Los alienígenas pretenden de este modo construir un mundo sin conflictos, perfecto, igualitario... y anodino, sin libertad, sin vida.

Las fuerzas contrarrevolucionarias han utilizado a menudo el miedo al ultracuerpo en la lucha contra las organizaciones y procesos que pretenden enfrentarse al capitalismo. Un ejemplo de hasta dónde son capaces de llegar para construir leyenda negra: en los primeros tiempos de la Revolución cubana, los servicios secretos estadounidenses se sacaron de la manga la llamada “Operación Peter Pan”. Con la complicidad de la Iglesia Católica, difundieron ampliamente rumores de que el gobierno revolucionario iba a robar a los niños de cinco años para adoctrinarlos en el comunismo y no devolverlos hasta los dieciocho... Se hacía imprescindible sacar a los críos de Cuba y llevarlos al mundo libre, donde podrían permanecer a salvo del lavado de cerebro. Miles de familias embarcaron a unos catorce mil niños en una aventura que marcaría para siempre sus vidas... aún más cuando la crisis de los misiles y el bloqueo imposibilitaron su regreso a casa.

Es cierto que algunos procesos revolucionarios llevados a cabo en nombre del comunismo han ayudado mucho a los unidos burgueses del mundo a tejer la leyenda negra del comunismo-ultracuerpo. Pol Pot en Camboya, la Revolución Cultural china, las purgas estalinianas, todos esos horrores históricos adornados de fantasías ideológicas que avergonzarían y llenarían de pena al mismo Marx, fueron repetidos hasta la saciedad como ejemplo de la profecía que se cumple: el comunismo es eso... la destrucción del individuo, de la familia, de la dignidad personal o la pertenencia a la tierra. Lo contrario de la democracia y la libertad, una moderna forma de esclavitud cimentada en el igualitarismo que impediría precisamente toda originalidad, toda individualidad, y la razonable irracionalidad sobre la que se asienta la pertenencia a una familia o a un terruño. El comunismo es, entonces, deshumanización, y en conraste, el mundo libre, con su capitalismo y sus desigualdades, es lo genuinamente humano, es la tranquilidad, un verdadero alivio... El ciudadano primermundista, de vida más o menos cómoda, encuentra ahí la legitimación que necesita de todo lo que hace posible su modus vivendi derrochador y nihilista. En cualquier caso, resulta curioso tanto esfuerzo dedicado a intentar ligar para siempre comunismo y totalitarismo, cuando son mucho más abundantes las experiencias históricas en las que el crimen masivo y la férrea dictadura se aliaron en la defensa del capitalismo. No se insiste nada en asociar capitalismo con totalitarismo cuando se recuerda el fascismo italiano o español, el nazismo, las dictaduras anticomunistas en Asia o América...

En todas las clases sociales hay gente estúpida que no se da cuenta de nada, pero es difícil suponer que este tipo de propaganda calará en el venezolano al que la solidaridad cubana le ha devuelto la vista a través de la Misión Milagro; es raro pensar que quienes por primera vez en la Historia tienen médico en el barrio –médico cubano, claro, que cura sin cobrar un céntimo a los pacientes- o han aprendido a leer y escribir con el método “Yo sí puedo” –cubano, para más señas- vayan a creer que el comunismo sea una amenaza. En realidad, la propaganda del modelo comunismo-ultracuerpo sólo puede estar dirigida a las gentes sin proletarizar del todo, a los que sienten que tienen algún privilegio que perder. De ahí que, en la campaña de la oposición venezolana, la libertad, la identidad, la familia se hallen casi indisolublemente ligados a la propiedad privada supuestamente amenaza por la reforma constitucional socialista.

Los revolucionarios norteamericanos que consiguieron la independencia de su país bajo la forma de nación de hombres libres postularon de diversas formas que el derecho de propiedad es la cuna de todos los derechos. La propiedad privada garantiza un espacio material, incluido el propio cuerpo, en el que el ciudadano individual es el soberano. Desde ahí se proyectarían el resto de derechos, entendidos mayormente como limitaciones a la intervención del estado. Todavía hoy, los teóricos del neoliberalismo nos vienen con el derecho de propiedad como antítesis del comunismo-ultracuerpo... Es en este contexto donde a primera vista encaja la patética denuncia de violación de los derechos humanos ante la presunta amenaza a las propiedades de la oligarquía. La reforma agraria se convierte, haciendo una lectura interesada de Jefferson y los padres fundadores de EEUU, en un crimen de lesa humanidad porque atenta contra la esencia misma de la libertad y la ciudadanía. Sin duda el crimen lo han de perpetrar peligrosos comunistas que amenazan casi que en todas partes (¡ultracuerpos!) reducidos a una especie de racionalidad fanática que los priva de sentimientos.

Para el fuero interno de los propagandistas del capitalismo, el comunista es peligroso por su fría manía de pensar sin miramientos. Molesta que insista en que un derecho no equivale a un privilegio, sino que es exactamente lo contrario. Y en que no se puede pretender que el estado sea la instancia en cuya naturaleza está el atentar contra los derechos individuales. Claro, es que los rojos se empeñan, cual marcianos, en hacer ver que los que de veras tienden a aplastar los derechos de los demás son los intereses privados poderosos. Por ejemplo, es típico de comunistas repetir que si la tierra está concentrada en muy pocas manos, ya no se puede hablar de derecho de propiedad; ser un gran terrateniente no es un derecho, es un privilegio. Un derecho es, por definición, igual para todos, y la concentración de la superficie en pocas manos impide que el derecho a tener tierra sea ejercido por la inmensa mayoría. También es típico de comunistas considerar que cuando la producción de bienes implica el trabajo de muchos no puede ser propiedad de uno solo. Creen que la producción puede implicar usar el medioambiente, que es de todos; las carreteras, que son de todos; la formación de los trabajadores, que la hacemos entre todos; los conocimientos científicos, que responden en realidad a un trabajo colectivo de muchos en la sociedad; la seguridad que otorgan las leyes, que se hace y se paga entre todos... hasta el trabajo mismo en la empresa lo ponen los trabajadores y no el capitalista, que sólo aporta el derecho a quedarse lo que no es suyo. En fin, los comunistas piensan que socializar la producción es devolver a la sociedad lo que es naturalmente de todos.

A los privilegiados del capitalismo les preocupa también la incesante manía de los comunistas por gobernar. Una de las claves que desató la feroz campaña propagandística que tuvo que sufrir Julio Anguita, el líder del Partido Comunista de España (PCE) durante los años noventa, fue su empeño en recordar una y otra vez a sus correligionarios, casi resignados a que la etiqueta “comunista” no signifique casi nada en España, que un objetivo prioritario es “el gobierno democrático de la economía”. ¡Vaya atentado contra los derechos humanos! ¡Pretender decidir democráticamente qué se produce y cómo se distribuye!

De todas maneras, cuando las voces de los dictadores económicos –esos demócratas que sólo consienten la democracia cuando no les tocan los intereses- gritan lo de ¡que vienen los comunistas!, los comunistas se ríen. Sentirse peligroso para los privilegiados da gusto, vaya que sí.


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