lunes, 3 de diciembre de 2007

Millones de moscas comen basura

El colonialismo visible te mutila sin disimulo: te prohibe decir, te prohibe hacer, te prohibe ser. El colonialismo invisible, en cambio te convence de que la servidumbre es tu destino y la impotencia tu naturaleza: te convence de que no se puede decir, no se puede hacer, no se puede ser



Eduardo Galeano - El libro de los abrazos





Millones de moscas comen basura

Jorge Rulli -Argentina-

Millones de moscas comen basura

Importa saber y comprender por qué calla Mandela, por qué habla demasiado Mugica y por qué en cambio, existen hombres íntegros que como Eduardo Galeano son capaces de recordarnos que con la misma materia prima con que hacemos estas pesadillas, podríamos volver a tener esos bellos sueños que alguna vez alimentamos.

En estos últimos diez años, en que la dirigencia política de la Argentina posibilitó hacer con nosotros, uno de los mayores experimentos de la historia: me refiero a la inmersión de toda una población en un modelo de producción y de consumo masivo de organismos genéticamente modificados; me he preguntado muchas veces acerca del gran tema de la ética y de las responsabilidades que le caben a esa dirigencia. Resultaría fácil una condena si no los conociéramos, si no los hubiésemos interpelado tantas veces, hombres y mujeres de diversas corrientes y orientaciones, tanto de derechas como de izquierdas, funcionarios y líderes políticos, embajadores y dirigentes rurales… en todos o al menos en la inmensa mayoría, no importa el color de sus camisetas partidarias, lo que hemos encontrado es una enorme ignorancia acerca de los temas centrales que se discuten en la Globalización.

Los impactos que la cibernética, la robótica, la biotecnología y la nanotecnología representan a diario para nuestras vidas y los enormes riesgos que implican para nuestro porvenir, son en general temas ajenos a los debates de la política en la Argentina, tanto como la instantaneidad en las comunicaciones, los mercados globales y su amenaza a la vida privada de los ciudadanos. Cuando uno se pregunta: quién decide nuestras políticas exteriores, quiénes deciden las políticas agrarias, quienes las sanitarias, quiénes deciden las líneas de investigación de los equipos científicos como el INTA y el CONICET, podemos entrar justificadamente en pánico. En realidad, los ejes centrales del modelo biotecnológico argentino, que continúa procesando consecuencias en el resto de América latina, ya que presiona sobre los nuevos gobiernos progresistas generando políticas que le abren el juego a las Corporaciones, ha sido pensado en sus orígenes por tan solo un puñado de personas. Jorge Castro, Héctor Huergo, Héctor Ordoñez, Fernando Vilella, Gustavo Grobocopatel, Víctor Trucco, tal vez la Ingeniera Harris que puso durante años el INASE al servicio de las políticas de las grandes cerealeras y por fin, aquellos científicos que permitieron que el modelo tuviese las coartadas necesarias: Esteban Hopp, Moisés Burachik, y Alejandro Mentaberry entre otros; en Cancillería Elsa Kelly y luego una enorme legión de funcionarios menores, obedientes a los discursos políticamente correctos y unos grandes funcionarios y políticos de extremo pragmatismo que aceptaron mansamente el rumbo hacia lo desconocido, en la medida que lo que se prometía eran grandes agronegocios y excelentes relaciones globales con las Corporaciones.

Dialogar reiteradamente con los grandes decisores nos ha permitido comprobar que son políticos absolutamente pragmáticos con olfato para enrolarse en las tendencias que suponen ganadoras, pero que aparte de ello y en relación con los grandes y complejos temas de la Globalización, no solo son ignorantes sino que lo que es mucho peor, actúan casi como verdaderos inimputables. Se sorprenden profundamente cuando los interpelamos sobre sus acciones y ni siquiera sienten la más mínima responsabilidad o sentido de culpa. Me pregunto, ¿si acaso esa enorme ignorancia, los releva de su responsabilidad? No, yo creo que no. Estoy tratando tan solo de comprender cómo llegamos a una situación en que veinte millones de hectáreas estarán pronto cubiertas por OGM, cientos de plantas para hacer agrocombustibles se levantan por doquier comprometiendo un proyecto de país, cientos de miles de indigentes sobreviven con planes clientelares, muchísima gente ingiere soja transgénica, algunos porque no tienen otra cosa que comer, pero muchos también en los sectores medios y altos porque les gusta, …si millones de moscas comen basura, no pueden estar equivocadas… Los muertos como consecuencia de los impactos por las fumigaciones se cuentan de a miles y mientras tanto, los jueces y cortesanos insisten en que poco saben de medio ambiente, como si la ignorancia pudiera excusarlos, y los mismos diputados y senadores que poco antes nos confesaban no saber qué cosa es un transgénico, levantan el brazo rapidito cuando se trata la Ley de promoción a la Biotecnología y en ese voto unánime no hay una vez más, diferencias entre izquierdas y derechas.

Las nuevas ciencias empresariales, manejadas por las Corporaciones para ganar mercados, disolver los antiguos lazos de producción y de comercialización, a la vez que para conquistar poder político en medio del Capitalismo salvaje, tienen desde una perspectiva epistemológica abundante confusión, inexactitudes, posiciones paradigmáticas polémicas no resueltas, y además, cargas de teorías que se dan apresuradamente por ciertas, pero sin derechos precautorios reconocidos y a todo riesgo de quienes las consuman. Ese caldo de cultivo de las nuevas ciencias empresariales puestas al exclusivo servicio de la industria y de la ganancia corporativa, es propicio para que personalidades básicamente engañosas cometan el fraude de dar por cierto lo que en realidad no es más que un negocio doloso. Recuerdo siempre el comentario de uno de estos científicos del CONICET en la TV ante la pregunta del periodista que lo interroga sobre los riesgos posibles en los consumidores de las Sojas transgénicas. La respuesta fue de una soberbia y de un cinismo que requiere muchos años de estudios académicos y en este caso además, de afiliación al partido comunista: "los automóviles también provocan innumerables víctimas y sin embargo no por ello los rechazamos..."

¿Cómo llega el fraude a instalarse de tal manera que la dirigencia y la opinión pública lo dan por cierto, y desde ya que el continuar discutiendo estos supuestos apriorismos queda por ello, al margen de los discursos políticamente correctos? A propósito de situaciones similares habidas en otras épocas, el periodista científico Matías Alinovi intenta dos respuestas. Una, es que quien consagra la impostura científica cuando la hay, es el sistema. Es el sistema quien la consagra no los decisores, o al menos no solamente los decisores. El sistema es en este caso, el modelo de agroexportación de forrajes y los grandes negocios corporativos de las transnacionales, pero son también los grandes medios, la opinión pública manipulada y entontecida, los políticos corruptos e irresponsables, e inclusive los mismos perdedores del modelo que, anteponen la puja egoísta por salvarse a la comprensión y a la denuncia de lo que ha sido una derrota colectiva. Cuál sería la otra razón que daría por buena una propuesta básicamente fraudulenta o acaso meramente apriorística, es decir, basada en suposiciones y carente de las pruebas experimentales suficientes, pues, la masa crítica de que son capaces de rodearse esos propulsores del fraude científico empresarial puesto al servicio de la ganancia y de las leyes de patentamiento. La masa crítica de estudiantes y de profesores que no elevan la voz, la de los muchos académicos que asienten, la de los otros muchos que callan y se posicionan en el gallinero de perchas de las cátedras universitarias. Hubo aquí, en esa generación de masa crítica de los Hopp, los Mendaberry y los Burachik, dos instrumentos poderosos que no pudimos o no supimos remover, uno fue la apropiación que hicieron de las carreras propias de las Ciencias Exactas y la persecución que realizaron hasta depurar esas Facultades de toda postura de discenso. La otra fue el arma formidable de las líneas de financiación en apoyo de aquellas propuestas de ciencia empresarial que interesaban a las Corporaciones. Así, se consagraron las teorías que nos condujeron a una situación de extrema vulnerabilidad, de enorme inequidad social y además, de institucionalizado modelo de sumisión neocolonial.

Nos resta tratar de comprender a los decisores. De nuestra dirigencia política se ha dicho demasiado, cuesta hallar una casta con tal capacidad de reproducirse y de reciclarse en medio de un país en permanente terremoto social. Y respecto al modelo fraudulento de asertividades apriorísticas en que se basan los nuevos cultivos y el pensamiento mágico con que se rinde culto a la mayor escala y a las llamadas tecnologías de punta, sabemos simplemente que se posicionan con capacidad camaleónica haciendo como que ignoran que las políticas públicas son generadas desde el empresariado. Hasta allí llegamos, pero no basta. No basta cuando llevamos nuestra mirada hacia otros pueblos y observamos que también, en alguno de ellos, se reproduce el esquema de aceptación de las ciencias empresariales y el someter al propio país como gran laboratorio de eventos GM o sencillamente de instalación de enormes inversiones extranjeras para la explotación de los propios recursos naturales. Estoy refiriéndome a Sudáfrica y en especial a la figura del legendario Mandela, pero también estoy refiriéndome al pequeño Uruguay y a sus dirigencias socialistas y tupamaras como la de Pepe Mugica. Nos preguntamos: ¿será por una vida pasada en prisión que Mandela no comprende las nuevas líneas de fuerza que se están jugando en este proceso del capitalismo global? ¿Será por las mismas razones que tampoco lo entiende ese pequeño Mandela que tenemos en la costa vecina, y que se ha convertido luego de pasar una buena parte de su vida en la cárcel, en un gran cipayo entusiasta de la siembra directa, de las sojas transgénicas y de la empresa Botnia? Pero, ¿acaso importa lo que ellos entiendan, cuando han destrozado nuestras esperanzas, cuando han quebrado nuestros sueños y nos han obligado a revisar la lista de nuestros afectos y de nuestras lealtades? Sí, creo que importa, que pese a todo, importa, que importa saber y comprender por qué calla Mandela, por qué habla demasiado Mugica y por qué en cambio, existen hombres íntegros que como Eduardo Galeano son capaces de recordarnos que con la misma materia prima con que hacemos estas pesadillas, podríamos volver a tener esos bellos sueños que alguna vez alimentamos.

Necesitamos generar esos sueños y necesitamos recuperar esas esperanzas, y para ello tendremos que llevar los debates a los enclaves académicos donde domina esa ciencia empresarial y fraudulenta que sirve a las corporaciones, y deberemos explicar allí una y otra vez hasta que se entienda, que el único conocimiento que vale es aquel que es sustentable desde los intereses y desde las necesidades de la comunidad, y que los científicos y los estudiantes se tienen que distanciar de la hechicería del llamado Poder del conocimiento, así como de esas leyes internacionales de patentamientos que implican la privatización de la investigación, y que lo deberían hacer para recuperar el concepto de ciencia que alguna vez tuvimos y para poder volver a ser ciencia al servicio del hombre.

EDITORIAL DEL DOMINGO 9 DE SEPTIEMBRE DE 2007
Jorge Eduardo Rulli


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