Por Deborah Maniowicz
Desigualdad extrema en la ciudad donde más pegó la epidemia. No sólo la Villa 31 duplicó su población en los últimos años. Charata también, impulsada por la soja, que trajo mansiones, 4x4 y canchas de golf, pero no tiene gas, agua potable ni cloacas. Ostentación y denuncias no escuchadas.
Hasta hace un mes, Charata brillaba como un diamante y se regocijaba con los beneficios de haber apostado al boom sojero en el momento justo. Gracias al oro verde, de 2004 a esta parte la ciudad abandonó su histórico monocultivo de algodón para sembrar soja. El progreso no tardó en hacerse ver: la ciudad se colmó de hoteles, canchas de golf, boliches, tiendas de electrodomésticos, locales de costosas maquinarias agropecuarias, un casino y hasta alguno que otro cabaret. Las casas de material precario dejaron lugar a lujosas mansiones, incluso en las zonas céntricas.
Pero no todo lo que brilla es oro. Pese al esplendor que impresiona a los visitantes, los habitantes de esta ciudad, Charata, a 300 kilómetros de Resistencia, no cuentan con agua potable, gas natural ni cloacas.
Todas esas características, sumadas al rápido proceso de expansión desordenada, transformaron a la localidad chaqueña en el paraíso del mosquito Aedes Aegypti, transmisor del dengue.
Todos los días, los vecinos de Charata recorren las calles esquivando camionetas 4x4 y empresarios chacareros para llegar a un aljibe y buscar agua. En ese lugar se cría y reproduce el mosquito que luego saldrá a la caza. Y mal no le va. Durante el último mes, más de 1.200 personas visitaron de forma semanal la guardia del hospital Enrique V. de Llamas, el único de Charata, con los signos típicos de la enfermedad: fiebre, dolores de cabeza, musculares y erupción en todo el cuerpo.
Según el intendente Miguel Ángel Tejedor, el número de casos podría superar los once mil. En cambio, al cierre de esta edición –martes 7 de abril–, el gobierno de Chaco afirma que en toda la provincia hay 3.500 pacientes afectados, de los cuales el 42 por ciento proviene de Charata.
Con respecto al número de muertes, la cifra también hace agua: se estima que hasta el momento hay entre 4 y 7 víctimas fatales, pero nadie se anima a dar una información oficial. Veintitrés llamó a Sandra Mendoza, ministra de Salud de la provincia, para preguntarle sobre la cifra real y conocer el motivo por el cual en los últimos años no se implementaron políticas concretas para mejorar la calidad sanitaria de sus ciudadanos. Pero la respuesta de la ministra fue: “Sólo (el gobernador Jorge) Capitanich puede hablar”. Sin embargo ninguno de los asesores del gobernador respondió la pregunta, con un argumento igualmente ridículo (que el pedido debía hacerse vía e-mail, pero iba a tardar algunos días en ser contestado).
Puja de cifras aparte, lo cierto es que todos reconocen la necesidad de desarrollar políticas de salud concretas que ayuden a erradicar la enfermedad de una vez por todas.
Mientras los políticos locales miran para un costado, los vecinos de Charata viven una realidad indignante. La clase rica suele juntarse a almorzar en el lujoso Hotel Catange para luego jugar un partido de golf. Cerca de allí, medio centenar de familias en la extrema pobreza viven en un basural, muelen vidrios para vender y se alimentan de las sobras que encuentran. “A diecisiete cuadras del hospital se encuentra un gran basural al que asisten cientos de chicos para poder subsistir. Allí se mezclan moscas, roedores y humanos, futuros potenciales a padecer el dengue de manera letal: si bien cualquiera es susceptible de contagiarse, en las personas mal alimentadas la enfermedad puede tener un desarrollo distinto”, explicó el director del hospital, Rubén Hemadi.
“Más de la mitad de la población vive en la pobreza, y cerca del 17 por ciento se encuentra en la indigencia –dijo Rolando Núñez, titular de la organización humanitaria Centro Nelson Mandela–. La persona más rica de Charata gana 32 veces más que el más pobre, mientras que, a nivel nacional, el índice de desigualdad desciende a 28 veces.”
En 2001, según el censo realizado por el Indec, en Charata vivían 22.523 personas. Sin embargo, desde el Centro Nelson Mandela afirman que hoy viven más de 35 mil habitantes. “El pueblo se modernizó y cambió de forma contundente para ofrecerse como sede de convenciones sojeras de todo el interior. Pero con la inmigración, también llegaron los vicios de toda gran ciudad: la delincuencia, el juego y la prostitución. Las mansiones de los ricos en medio de la ciudad irritan a la vista”, expresó Nora García, una vecina. Pese a que nadie sabe con certeza quiénes son los dueños de las millonarias mansiones a las que Nora se refiere, por lo bajo todos comentan que las dos más imponentes (una de ellas, en la foto de página 58) son de la familia Sartor, dueña de una inmensa concesionaria de maquinaria John Deere que, según sus empleados, “la junta con pala”.
Según la Cooperativa Agrícola Charata, actualmente hay cerca de dos mil productores que destinan el 90 por ciento de sus campos a la siembra de soja. “Los trescientos agricultores más importantes son del interior, y alquilaron o compraron los campos a los pequeños pools. Esto provocó que la mayor parte de los productores locales se encuentre sin trabajo, acorralados por los grandes empresarios y casi sumergidos en la pobreza”, dijo Horacio Echeverría, gerente general de la cooperativa.
La paradoja del apogeo no termina en los nuevos ricos y las miradas de los vecinos, que hasta hace unos meses agradecían que la soja siguiera cotizando bien en todo el mundo y rendían tributo a la propuesta del nuevo monocultivo: hoy tienen el karma de ser la ciudad con más casos comprobados de dengue en el país. Según Hemadi, “los cambios acelerados y el dengue no se llevan del todo bien”.
A comienzos de marzo, Hemadi fue el primer funcionario en denunciar la aparición de casos de dengue. Crítico del oficialismo por su tardanza en aplicar políticas sanitarias, el director del hospital afirma que “no se tomaron las medidas adecuadas para erradicar el dengue y la situación está desbordada”. El hospital cuenta sólo con diez médicos y 36 camas de internación. En los últimos días se instaló una sala de internación abreviada –para que un puñado de pacientes pueda quedarse por algunas horas– y camillas en todos sus pasillos, además de tres salas de primeros auxilios en distintos puntos de la ciudad. “Todo esto demuestra la inminente necesidad de realizar políticas de concientización para que la gente cambie sus hábitos –dijo Hemadi–. Ellos no ven la necesidad de tener agua potable o gas, porque están acostumbrados a vivir en esas condiciones, expuestos a la picadura y a muchas otras enfermedades. De nada sirve tener una mansión en la ciudad si el resto de la gente no puede tomar agua fresca.”
En medio de tanto brillo, la ciudad que cambió su paisaje gracias a las ganancias sojeras también convive con la otra cara del progreso: la miseria y la enfermedad.
Desigualdad extrema en la ciudad donde más pegó la epidemia. No sólo la Villa 31 duplicó su población en los últimos años. Charata también, impulsada por la soja, que trajo mansiones, 4x4 y canchas de golf, pero no tiene gas, agua potable ni cloacas. Ostentación y denuncias no escuchadas.
Hasta hace un mes, Charata brillaba como un diamante y se regocijaba con los beneficios de haber apostado al boom sojero en el momento justo. Gracias al oro verde, de 2004 a esta parte la ciudad abandonó su histórico monocultivo de algodón para sembrar soja. El progreso no tardó en hacerse ver: la ciudad se colmó de hoteles, canchas de golf, boliches, tiendas de electrodomésticos, locales de costosas maquinarias agropecuarias, un casino y hasta alguno que otro cabaret. Las casas de material precario dejaron lugar a lujosas mansiones, incluso en las zonas céntricas.
Pero no todo lo que brilla es oro. Pese al esplendor que impresiona a los visitantes, los habitantes de esta ciudad, Charata, a 300 kilómetros de Resistencia, no cuentan con agua potable, gas natural ni cloacas.
Todas esas características, sumadas al rápido proceso de expansión desordenada, transformaron a la localidad chaqueña en el paraíso del mosquito Aedes Aegypti, transmisor del dengue.
Todos los días, los vecinos de Charata recorren las calles esquivando camionetas 4x4 y empresarios chacareros para llegar a un aljibe y buscar agua. En ese lugar se cría y reproduce el mosquito que luego saldrá a la caza. Y mal no le va. Durante el último mes, más de 1.200 personas visitaron de forma semanal la guardia del hospital Enrique V. de Llamas, el único de Charata, con los signos típicos de la enfermedad: fiebre, dolores de cabeza, musculares y erupción en todo el cuerpo.
Según el intendente Miguel Ángel Tejedor, el número de casos podría superar los once mil. En cambio, al cierre de esta edición –martes 7 de abril–, el gobierno de Chaco afirma que en toda la provincia hay 3.500 pacientes afectados, de los cuales el 42 por ciento proviene de Charata.
Con respecto al número de muertes, la cifra también hace agua: se estima que hasta el momento hay entre 4 y 7 víctimas fatales, pero nadie se anima a dar una información oficial. Veintitrés llamó a Sandra Mendoza, ministra de Salud de la provincia, para preguntarle sobre la cifra real y conocer el motivo por el cual en los últimos años no se implementaron políticas concretas para mejorar la calidad sanitaria de sus ciudadanos. Pero la respuesta de la ministra fue: “Sólo (el gobernador Jorge) Capitanich puede hablar”. Sin embargo ninguno de los asesores del gobernador respondió la pregunta, con un argumento igualmente ridículo (que el pedido debía hacerse vía e-mail, pero iba a tardar algunos días en ser contestado).
Puja de cifras aparte, lo cierto es que todos reconocen la necesidad de desarrollar políticas de salud concretas que ayuden a erradicar la enfermedad de una vez por todas.
Mientras los políticos locales miran para un costado, los vecinos de Charata viven una realidad indignante. La clase rica suele juntarse a almorzar en el lujoso Hotel Catange para luego jugar un partido de golf. Cerca de allí, medio centenar de familias en la extrema pobreza viven en un basural, muelen vidrios para vender y se alimentan de las sobras que encuentran. “A diecisiete cuadras del hospital se encuentra un gran basural al que asisten cientos de chicos para poder subsistir. Allí se mezclan moscas, roedores y humanos, futuros potenciales a padecer el dengue de manera letal: si bien cualquiera es susceptible de contagiarse, en las personas mal alimentadas la enfermedad puede tener un desarrollo distinto”, explicó el director del hospital, Rubén Hemadi.
“Más de la mitad de la población vive en la pobreza, y cerca del 17 por ciento se encuentra en la indigencia –dijo Rolando Núñez, titular de la organización humanitaria Centro Nelson Mandela–. La persona más rica de Charata gana 32 veces más que el más pobre, mientras que, a nivel nacional, el índice de desigualdad desciende a 28 veces.”
En 2001, según el censo realizado por el Indec, en Charata vivían 22.523 personas. Sin embargo, desde el Centro Nelson Mandela afirman que hoy viven más de 35 mil habitantes. “El pueblo se modernizó y cambió de forma contundente para ofrecerse como sede de convenciones sojeras de todo el interior. Pero con la inmigración, también llegaron los vicios de toda gran ciudad: la delincuencia, el juego y la prostitución. Las mansiones de los ricos en medio de la ciudad irritan a la vista”, expresó Nora García, una vecina. Pese a que nadie sabe con certeza quiénes son los dueños de las millonarias mansiones a las que Nora se refiere, por lo bajo todos comentan que las dos más imponentes (una de ellas, en la foto de página 58) son de la familia Sartor, dueña de una inmensa concesionaria de maquinaria John Deere que, según sus empleados, “la junta con pala”.
Según la Cooperativa Agrícola Charata, actualmente hay cerca de dos mil productores que destinan el 90 por ciento de sus campos a la siembra de soja. “Los trescientos agricultores más importantes son del interior, y alquilaron o compraron los campos a los pequeños pools. Esto provocó que la mayor parte de los productores locales se encuentre sin trabajo, acorralados por los grandes empresarios y casi sumergidos en la pobreza”, dijo Horacio Echeverría, gerente general de la cooperativa.
La paradoja del apogeo no termina en los nuevos ricos y las miradas de los vecinos, que hasta hace unos meses agradecían que la soja siguiera cotizando bien en todo el mundo y rendían tributo a la propuesta del nuevo monocultivo: hoy tienen el karma de ser la ciudad con más casos comprobados de dengue en el país. Según Hemadi, “los cambios acelerados y el dengue no se llevan del todo bien”.
A comienzos de marzo, Hemadi fue el primer funcionario en denunciar la aparición de casos de dengue. Crítico del oficialismo por su tardanza en aplicar políticas sanitarias, el director del hospital afirma que “no se tomaron las medidas adecuadas para erradicar el dengue y la situación está desbordada”. El hospital cuenta sólo con diez médicos y 36 camas de internación. En los últimos días se instaló una sala de internación abreviada –para que un puñado de pacientes pueda quedarse por algunas horas– y camillas en todos sus pasillos, además de tres salas de primeros auxilios en distintos puntos de la ciudad. “Todo esto demuestra la inminente necesidad de realizar políticas de concientización para que la gente cambie sus hábitos –dijo Hemadi–. Ellos no ven la necesidad de tener agua potable o gas, porque están acostumbrados a vivir en esas condiciones, expuestos a la picadura y a muchas otras enfermedades. De nada sirve tener una mansión en la ciudad si el resto de la gente no puede tomar agua fresca.”
En medio de tanto brillo, la ciudad que cambió su paisaje gracias a las ganancias sojeras también convive con la otra cara del progreso: la miseria y la enfermedad.
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