Roberto Utrero
Argenpress - La Fogata
Que el hombre festeje la bonanza de las cosechas y la fertilidad de la tierra, es parte de la alegría de la vida, como cuando se celebra la llegada de un hijo. Es natural, es una muestra de agradecimiento a la Providencia y un reconocimiento personal a los méritos de su esfuerzo. A todos alegra y gratifica. Pero cuando esa manifestación es aprovechada por los poderosos, todo se desvirtúa, cambia. Pasa directamente a ser una burla a una representación social, tan arraigada en las costumbres que le han concedido localidad de mito.
Eso pasa con la mendocina Fiesta de la Vendimia, aunque el orgullo local trate de ocultarlo y sepulte con el silencio o la indiferencia cualquier expresión que se le oponga.
Curiosamente nace un año después que la Junta Reguladora del Vino, promovía en el año 1935 el derrame del vino en las acequias y la erradicación de viñedos, para mantener el precio. Esto, según el diligente consejo inglés al gobierno del Gral. Agustín P. Justo, como consecuencia del bochornoso Pacto Roca- Runciman de 1933.
Ha corrido mucha agua desde entonces, como vino ha circulado por las mesas de los brindis, pero el espíritu esquivo no ha cambiado. Porque cuando llega esta temporada en que maduran los frutos, la Provincia viste sus galas para recibir a los visitantes del mundo entero que llegan entusiasmados a constatar su pujanza. Es entonces, cuando ejercitamos nuestro mayor deporte: la hipocresía, para mentirnos y mentir que todo es una fiesta. Hipocresía que desde la oscura manipulación del poder se ejerce en dos niveles: uno a ras de suelo, imponiendo sumisión y obediencia al pobrerío y otro superior, de "conformidad simulada", connivencia o complicidad en los sectores interesados.
La fiesta en un principio tuvo un pequeño desfile y la elección de la soberana vendimial, cuya primera representante fue Delia Larrive Escudero, representante de Godoy Cruz. Luego se fueron incorporando, la Bendición de los frutos, la Vía Blanca, desfile de las reinas el viernes previo a la fiesta central por la avenida San Martín, el carrusel del sábado a la mañana, la convocatoria más popular y genuina, porque reune a los centros tradicionalistas de toda la provincia, para culminar con la fiesta central esa noche, en que se elige la nueva soberana.
Hoy, instalada en el centro de un mundo globalizado y turístico, resulta casi imposible enumerar los acontecimientos que reúne la máxima celebración. Eventos culturales de todo tipo, además de los actos de cada uno de los dieciocho departamentos, incluidos la Capital. La bonanza vitivinícola aconsejó establecer un viñedo de malbec, nuestra emblemática cepa, a la vera del aeropuerto, para que los recién llegados reconozcan los parrañes del preciado vino mendocino. Allí se realiza un concierto filarmónico para el beneplácito de los que gustan de la buena música. La colectividad italiana aporta su Festa in piaza y hasta la comunidad gay aporta su festejo y elección de su reina vendimial. Saraos si los hay, que expongan diversidad, diría un viejo español.
Sin embargo, la algarabía de estos días esconde desproporciones y conflictos. Algunos no quieren ver, entusiasmados con lo que esto va a dejar y otros, encandilados con los fuegos artificiales, aunque saben que un dedo no oculta el sol, siguen mirando al costado.
El gobierno recrea desde el ejercicio del poder un modelo de acumulación de capital, (cuyo molde aun sigue siendo el de la última dictadura) y, desde hace años intenta promover dos sectores económicos para potenciar sus sinergias: turismo e industria vitivinícola. El primero ha sido favorecido por los visitantes extranjeros, mayoritariamente por chilenos, dada nuestra paridad cambiaria y el segundo, por las grandes inversiones foráneas impulsadas por un cambio sustancial de la vitivinicultura desde hace más de quince años.
En ese modelo exitoso, cientos de pequeños productores rurales se fueron a pique y con sus ellos sus familias y esperanzas al vender sus propiedades. Según el INTA entre 1998 y 2002, más de 1.400 pequeñas propiedades de hasta 15 hectáreas desaparecieron y, curiosamente, se concentraron las mayores de 50. Los únicos pequeños viñateros que lograron salvarse en ese período fueron los integrados a cooperativas de primer y segundo grado.
A pesar de la tregua que significan los meses de vacaciones y la infinidad de festivales que se realizan en los departamentos de la provincia, no hay marzo que no comience con un pie de guerra entre asalariados, gobiernos y empresarios.
El gran acuerdo paritario docente anunciado con bombos y platillos desde la Nación por los ministros de Trabajo y Educación y la dirigencia de CETERA, garantizando aumentos y 180 días de clases, acá como en otras provincias no se ha cumplido. El SUTE frente al incumplimiento gubernamental instrumentó uno de los paros más exitosos de la historia. Si los docentes tuvieran cierta tranquilidad, seguramente no se hubieran plegado masivamente.
Otro tanto sucede con los empleados municipales, los de la administración central y las negociaciones que llevan los policías que no quieren custodiar los actos centrales sino les aumentan y les pagan los juicios que tienen con el Estado.
Pero lo más significativo, es la tregua en las negociaciones de los obreros de viña con sus patrones; justamente ellos, los protagonistas fundamentales del trabajo en la vitivinicultura, en donde aun no se ha definido el precio a pagar por el tacho de uva, valor emblemático si lo hay para regocijo de Baco. El año pasado entre lo solicitado y lo ofrecido era una relación de tres a uno, hoy el básico (¿ $ 125,-¿) inspiraría muchas sonrisas sino se tratara de un pago por un esfuerzo de mucho sacrifico, en condiciones deplorables, como muchas explotaciones rurales. SOEVA, el sindicato que los agrupa, en estos momentos anuncia que va a salir públicamente a manifestarse en todos los actos dada su oprobiosa situación. Seguramente van a ser criticados por la prensa cómplice o reprimidos por la guardia de los festejos.
Todos nuestros empresarios top, que han elevado sus exportaciones en base a los consejos del célebre winemaker Michel Roland, al que le pagan jugosamente cada sugerencia, regatean lastimosamente a quienes levantan la cosecha y hacen posible que la uva llegue a sus bodegas. La plusvalía generada por el ingreso a los mercados mundiales no alcanza para los de abajo. Un buen ejemplo de la falacia de la teoría del derrame.
El gobierno que debiera eliminar los desequilibrios, hace como el duende del Carnavalito del Cuchi Leguizamón y Manuel J. Castilla, tiene una mano de lana para acariciar a los ricos y otra de plomo para espantar a la gente que reclama.
Muchos piensan y expresan que nuestra flagrante miseria se debe a la fatalidad o, las consecuencias de nuestros resentidos arrebatos de mestizos. No saben que desde los horrendos golpes militares, el Estado fue usado para perpetrar un despojo inadmisible, transfirió inmensos recursos desde las capas menos favorecidas hacia los ricos: vía subsidios, moratorias, exenciones impositivas y toda la gama de elusiones posibles. No contentos con esa zancadilla a la evidente "mano invisible" que distinguía Adam Smith en el nacimiento del liberalismo, nuestros empresarios expanden a su favor los beneficios de la plusvalía hasta extremos inhumanos.
Quienes vivimos continuamente, más que disfrutar a Mendoza la padecemos, los precios sufren el impacto de la demanda extranjera, mientras que los sueldos están dentro de los más bajos del país, lo que nos hace caminar por la cornisa todos los días.
El vino nuevo no sabe a todos entonces de la misma manera: mientras para unos enciende las candelas del espíritu y ensancha sus bolsillos, a otros se nos amarga en la boca.
Roberto Utrero es Licenciado en Economía - Ex Profesor Universitario - Poeta Huarpe.
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